Por: Luis Alfonso «Cheo» Ramírez
Ya no tengo más dinero
La canción, escrita por Arsenio Rodríguez, fue grabada por primera vez por Celia Cruz y luego por Larry Harlow, quien la incluyó en su álbum «Salsa» en 1974.
El álbum Salsa, publicado por Orchestra Harlow en 1974, está entre los mejores de la expresión salsera. Su principal ariete: La cartera, suele incluirse en cualquier recopilación seria sobre el género. La orquestación es maravillosa, es una de las grabaciones más nítidas de Fania Récords que no se caracterizaba por preocuparse demasiado de ese asunto y sigue confirmando las maravillas que se podían hacer con esas grabadoras de 16 canales, que parecían lavadoras.
El problema de este disco genial porque lo es, tiene que ver con un truco: Larry Harlow, al que llaman por primera vez judío maravilloso en esta producción, se vio cuestionado no pocas veces por haber sido más que un mero seguidor del cieguito maravilloso, Arsenio Rodríguez, al que terminaría copiando abiertamente. Eso ya lo expresó en una ocasión Graciela, la hermana del gran Machito. Y este disco, aunque muestra unos arreglos maduros, una sonoridad mestiza y una orquestación que va más allá del formato de conjunto clásico, sigue apoyado con descaro sobre la obra del tresero cubano, al punto que su publicación no llegó a aportar al género salsero ninguna canción novedosa.
No deja de ser curioso que se le considere como uno de los grandes discos de la salsa cuando todo su repertorio es originalmente cubano. Y más curioso resulta aún que quienes criticaron abiertamente a Johnny Pacheco por haber copiado la ligereza instrumental de la Sonora Matancera en sus discos, no hiciesen lo mismo con este álbum. Porque, si a ver vamos, lo único nuevo son los arreglos que idearon Larry, José Luis Cruz, Mike Gibson, Eddie Martínez y Sam Burtis, con el fin de barnizar todos esos viejos temas del cancionero del son y, sobre todo, del songbook de Arsenio. Esta recopilación de temas fue realizada por Larry en unión con uno de los mejores coleccionistas de música caribeña que tuvo la ciudad de Nueva York, René López, quien puso a sonar en su picó buena parte de colección de 78s para que Harlow la escuchara. Y decantara.
Para el momento en que se metía a grabar en los Good Vibration Studios, en noviembre de 1973, la orquesta de Harlow estaba bien estructurada, sonaba chévere. Había logrado una buena madurez. La experiencia musical que significó Hommy, esa particular ópera-salsa, había dado por bueno el matrimonio de orquestaciones mucho más elaboradas con base en un ritmo cubano bastante marcado, muy de tumba y bongó. La vuelta al ruedo del violín, un instrumento básico de la charanga que había quedado al margen ante la presión sonora del trombón y el cambio de ciclo de los big bands neoyorquinos, marcaría también su apropiación por parte de la sonoridad salsera, más con fines melódicos que rítmicos. El mismo año de publicación de este disco, Eddie Palmieri añadiría un violín a su orquesta y, dos años después, Willie Colón y Héctor Lavoe le darían espacio propio en sus arreglos y orquestaciones.
La orquesta contaba con una sección de ritmo comandada por el propio Larry en el piano, Edwin Colón en los timbales, Tony Jiménez en la tumbadora, Pablo Rosario en los bongós, timbales y güiro, Reinaldo Jorge y Lewis Kahn en los trombones (y además el violín), Ralph Castrella y Ralph Maldonado en las trompetas, Charlie Miller también en la trompeta, y además en la flauta y en el fliscorno. Y un enorme Eddie guagua Rivera en el bajo (decía Arsenio que, en los conciertos, el bajista tenía que lograr que el bajo cantara, o si no el sonido de la orquesta quedaba cojo. En todo el disco, guagua canta con su bajo que es una maravilla).
La voz la lleva Junior González, que ya se había estrenado en Hommy y demostraba en esta grabación una mayor entrega en el montuno y una compenetración más clara con el resto de los músicos. No sobresale, pero cumple más que bien su cometido. Estas sesiones estuvieron comandadas por el ingeniero de sonido Jon Fausty, que ya había manejado las perillas en Hommy y su trabajo era del agrado de Harlow. Las canciones fueron grabadas en vivo; sólo se hizo overdubbing (proceso de añadir sonido sobre un audio ya existente), para añadir el tres, los violines y las voces.
Como invitados a participar en esas dos sesiones del 27 y 28 de noviembre estuvieron Yayo el indio, Adalberto Santiago y Marcelino Guerra en los coros, Harry Vigiano en el tres y la guitarra, Johnny Pacheco en la flauta, y Milton Cardona y Gene Golden en los tambores batá.
El disco empieza con truco. No quiero, un son capetillo original de Israel Rodríguez hermano de Arsenio, se abre paso con el mismo arreglo exacto que usó el tresero en la grabación original de 1952. La letra, con un cariz que será habitual en el resto del álbum, tiene interpretaciones rurales y, sobre todo, santeras.
El cambio, lo bueno, comienza en el break del montuno: un remanso musical muy bien orquestado, que no es jazz ni funk, pero bebe de ellos, con el tres de Vigiano y la flauta de Miller, bailando a dúo, ofreciendo uno de los mejores momentos del disco. Es aquí donde se entiende la remasterización del arreglo que seguramente el mismo Arsenio habría aprobado. Seguramente.
A continuación, viene La cartera, otro tema de Arsenio (de nuevo, el truco) con un arreglo inteligentísimo en ritmo charanga, un montuno con diferentes intensidades, un solo de Larry bastante aceptable (él no es ningún virtuoso), otro solo de Castrella, corto y potente, y uno final de Kahn en el violín que es, con probabilidad, el primero de su categoría en toda la historia salsera. Los violines habían sido aparcados de la sonoridad latina después de que pasase de moda esa charanga craze de principios de los 60. Solo sobrevivieron al asunto una o dos orquestas de charanga en toda Nueva York. Por lo tanto, un arreglo así significaba un comeback que fue bien recibido
Popo pa’ mí (también de Arsenio) es otro acercamiento santero con un excepcional contrapunteo entre Castrella y Miller, más un solo no menos fantástico de guagua Rivera que, como se dijo más arriba, pone a cantar al bajo. No hay amigo es un guaguancó estupendo, muy pegadizo, compuesto por el cubano Eliseo Grenet. Dicen que Celia Cruz se lo dio a Junior González en Puerto Rico, asegurándole que iba a ser un éxito. Y Suéltame también de Israel Rodríguez es un son montuno lento, pesado, con un solo elegante de Larry y otra improvisación de Castrella estupenda.
Otro gran temazo del disco es El paso de Encarnación, una charanga grabada originalmente por la Orquesta Aragón de Cuba que tiene la mejor moña de metales de toda la grabación y luego un solo de Pacheco (que había colgado la flauta en 1964) muy vistoso y efectivo.
Wampo es otro guaguancó que Tito Puente había ya interpretado a comienzos de los años 50 (con la voz del gran Vicentico Valdés), tiene una gran reminiscencia santera y, una vez más, esa sonoridad arseniana. Cierra el disco Silencio, un viejo guaguancó de la Matancera que Celia ya había popularizado en La Habana en 1954, esta vez con clave de charanga, un tempo más lento y el mismo arreglo original, excepto durante el riff de violines y la moña de metales en el montuno.
Quienes están más empapados de información sobre el fenómeno salsero de los años 70 ya habrán leído algunas críticas dedicadas a diversos artistas, como La Lupe y Ricardo Ray, por haber dado espacio en sus discos y conciertos a las creencias religiosas que ellos seguían. Eso sí, ni una palabra sobre los santeros. Y este disco, si se escucha bien, es tan santero como evangélico fue lo grabado por Ricardo y Bobby a partir de 1976.
Debe ser porque esas palabras rituales “omélenko”, por ejemplo, significa verdad y armonía y se suele invocar en presencia de maestros espirituales suenan bien con unos tamborcitos detrás.
O será tal vez por ese respeto extremo, casi infantil, que la salsa mantuvo con la ruralidad musical cubana, aunque su enfoque no debiese ser otro que el urbano.
El disco no tiene desperdicio. Parece que los años no le han hecho mella. Su sonido es delicioso con una que otra fallita producto del directo y vale su peso en oro.
Larry Harlow lo ha sido en varias ocasiones, aunque siempre con tono cordial: el éxito desproporcionado de este disco le causó problemas con Fania Récords en general, y con Jerry Masucci the boss en particular. El asunto comenzó cuando empezó a recibir noticias de los miles de copias de Salsa que se estaban vendiendo “urbi et orbi”. Muy contento, fue a la oficina de Jerry para comprobar las cifras y cuando éste le suelta que solo se habían vendido 60.000 ejemplares, Larry arrugó el entrecejo y se fue a buscar a un abogado.
El problema de demandar a tu jefe es que luego te lo vas a encontrar todos los días en la oficina. Y a veces se te pueden torcer con jota las cosas: parece que Harlow se topó con problemas para producir su nuevo disco, El judío maravilloso. Fania le ponía trabas en todo. Al final no le quedó más remedio que transarse por una compensación económica y dejar a un lado tan penoso asunto.
Y todos contentos.