Un taxista de Bogotá me hizo una reflexión en estos días: “Tengo dos hijas y las he educado con lo que produce este carro. Siempre he estado pendiente de ellas para que no caigan en el vicio de las drogas. Ahora no sé cómo decirles que las drogas son malas, si todos los días ven que el presidente es un adicto a ese vicio y que el ministro más importante incluso confiesa que es consumidor habitual”.

Realmente, éste es un nuevo dilema que tenemos los colombianos que tenemos hijos o nietos, a quienes cada vez que podemos les prevenimos sobre el peligro que implica consumir drogas, ya sean sintéticas o de origen vegetal, y ellos están viendo todos los días que los mandatarios de esta nación son adictos a ese vicio.

Me pongo en la cabeza de esos petristas fanáticos que tienen que exaltar a sus líderes, adictos conocidos, delante de sus hijos y nietos. Me los imagino diciéndoles: “Hijos, mi mayor orgullo es que ustedes sean como mis ídolos Petro y Benedetti; sigan ese ejemplo”.

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Se supone que los dignatarios sean un modelo de comportamiento a seguir, no importa su ideología política; por eso, todos los gobiernos tratan de esconder las fallas de sus funcionarios. Ese es parte del rito del poder.

No quiero decir que presidentes y ministros anteriores fueran intachables en su vida personal. Todos sabemos los pecados graves de algunos de esos expresidentes. Lo que pasa es que nunca sus vicios fueron presentados abiertamente y ellos no se dejaban ver en estados deplorables y delirantes, como lo estamos viendo ahora.

Paradoja infernal: Colombia busca ser certificada por su lucha contra el narcotráfico y su presidente y ministro del Interior son manifiestamente adictos a los estupefacientes.

Volvamos al tema inicial: ¿Cómo les explican ustedes a sus hijos y nietos que la droga es mala, si el presidente del país tiene adicción a los estupefacientes?

Quisiera que me retroalimentaran al respecto con sus comentarios.

Ñapa: Cuando empiezas a ir a celebraciones de hechos acaecidos hace 50 años, es porque estás envejeciendo; lo que no deja de ser un placer incomparable es el encontrarse con compañeros de juventud. Lo grave de eso es la preocupación que queda al interrogarnos interiormente si tus condiscípulos te vieron tan viejos como tú viste a varios de ellos.

¡Qué duro es envejecer con dignidad!

Ñapita: Las nuevas generaciones que estudian más por Internet y no en las aulas no tienen el singular gran privilegio que tuvimos los antiguos, de saber que tus compañeros de facultad se convirtieron en tus amigos de toda la vida.