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Yo le apuesto a la ética para cambiar este asunto
En las últimas semanas, como una constante de nuestra realidad colombiana, una dolorosa situación ha exacerbado los ánimos de los ciudadanos. Masacres, abuso de la autoridad, reacción de la población ante estos hechos, y una sensación de impotencia, rabia, desesperanza e indignación generalizada. Sin embargo, la televisión se centra en los daños a locales, buses y el cuantioso costo de esos hechos. Se acompaña la imagen amarillista con un discurso que acusa estas acciones de violentas, irracionales y el único interés es señalar que esto saldrá de los impuestos. Más allá de quedarme en defender una acción y rechazar la otra, quisiera expresar algunas ideas al respecto. Lo acontecido en los últimos días además de ser inaceptable, nos tiene que llevar a pensar que es el resultado de una crisis institucional, una crisis estructural, es el resultado de una crisis ética, política y espiritual.
Desde hace mucho tiempo se ha abandonado la reflexión ética en todos los ámbitos de la sociedad y en especial en la educación, se ha venido haciendo una educación sin ética, sin esa posibilidad de reflexión crítica sobre los ideales de vida buena que nos permite la estructuración del carácter y criterios sólidos, argumentativos que orienten una toma de decisiones de manera sabia y prudente. No pretendo señalar que la ética sea una especie de artilugio para que todo sea ideal e ingenuamente perfecto, pero sí nos permite afrontar la situación de conflicto, presente en la existencia, con actitudes comunitarias, empáticas y solidarias. Además, la consciencia ética se traduce en praxis política con consciencia crítica que no se deja manipular por líderes mesiánicos, ni absolutiza las ideologías. Precisamente teniendo en cuenta la condición humana es que se hace necesaria la ética, no como mecanismo de control sino como compromiso para comprender la realidad social y política. Ahora bien, consciente de la fragilidad, imperfección e incertidumbre propias de la condición humana se hace pertinente la ética que promueve la reflexión sobre los horizontes de sentido personales y comunitarios. Sin embrago, la realidad nos señala que, en muchos espacios sociales la ética se toma como superflua e innecesaria y termina privilegiado el activismo, la producción y una moral industrializada que se impone sin análisis, ni reflexión. La consecuencia de esto es que asistimos a una crisis moral que ha invertido lo fundamental. Se ha privilegiado el capital sobre la vida; la fuerza sobre el diálogo; las instituciones sobre las personas. Claro, la consciencia ética incomoda, porque se vuelve crítica, contestataria, inconforme y transformadora. Por eso no gusta, porque como diría Estanislao Zuleta forma personas inadaptadas al sistema, que no se conforman con la realidad de injusticia. Por eso, para la tranquilidad de las buenas gentes se ha privilegiado una moral que calme consciencias y genere indiferencia y apatía. Esto se traduce en una crisis política que se manifiesta en masacres, corrupción, muertes. Sumado a esto la falta de credibilidad en las instituciones agudiza la problemática. Esta crisis ética y política se convierte en una olla a presión que solo necesita el más mínimo gesto para hacer explotar la dolorosa indignación que el pueblo lleva reprimiendo hace muchos años.
No se puede minimizar, ni mucho menos negar la magnitud de lo acontecido en los últimos días, pero también nos exige superar la polarización entre buenos y malos. Se hace necesario comprender cada cosa en su magnitud: los asesinatos sistemáticos a líderes sociales significan la incapacidad democrática de reconocer el disenso y se constituyen en genocidios al pretender acabar a un grupo poblacional. Las masacres de jóvenes no son asesinatos colectivos, el abuso policial por parte de algunos agentes de la fuerza pública los ha convertido en asesinos y la protesta social debe dejar de ser estigmatizada, cuando son fruto natural de la indignación frente a la injusticia. Asistimos a una crisis social que afecta a todos independiente de la línea ideológica, y lo único seguro es que si no se asume con sensatez seguirá cada acto generando más muerte y más dolor.
La filósofa Adela Cortina en su obra ¿Para qué sirve realmente la ética? Señala textualmente que: “la confianza abarata costos (…) ojalá la confianza pudiera ser base de nuestras relaciones, el mundo seria infinitamente más barato en sufrimiento” Hay una, una crisis de confianza, que no es más que una crisis institucional. La ciudadanía no se siente representada por sus gobernantes. Los entes de control politizados no generan confianza de los procesos que allí se llevan. Las instituciones que deben proteger a la ciudadanía se les ha visto agrediéndola. Y entonces, esto genera malestar social, pero para calmar los medios empiezan a promover discursos para disimular la profundidad del problema, por eso se escucha decir “Que robe, pero que haga” “no todos son iguales, hay unos que son buenos” “son casos aislados” Y en ocasiones se hacer ver a quien reclama justicia como un antisocial por expresar su malestar” y con tanta repetición pareciera que tuviéramos que aceptar y hasta agradecer que no nos maltrataron más, incluso nos hacen creer que debemos agradecer al político por no robar más. Aquí hace falta carácter para llamar las cosas por su nombre, sin eufemismos, ni mentiras Hace falta contundencia y firmeza contra la injusticia. Solo reconociendo las dificultades, se pueden superar. No podemos seguir tolerando la corrupción, la injustica, las masacres y la exclusión. Creo que el paro del 21 de noviembre del 2019 fue una expresión legitima de la ciudadanía (claro que se usó una estrategia para deslegitimarlo, nos hicieron sentir miedo, como quien dice: que la delincuencia es el resultado de la protesta), por eso, hay que superar el miedo y este solo es posible en unidad, en comunidad, ejerciendo el poder legítimos y constituyente de la ciudadanía, por eso en los paros estudiantiles y la lucha de muchos movimientos sociales hay un mensaje claro: “el pueblo está cansado”. Esta cansado de que jueguen con sus deseos de justicia; cansado de ver morir a sus jóvenes; cansado de los feminicidios y cansado de una política necrófila que desangra física y moralmente al pueblo. Además, está cansado de la falta de voluntad política por parte del gobierno, de su negativa constante de escuchar el clamor popular que exige transformaciones, el pueblo está cansado del rechazo constante por parte de sus representantes, de la actitud del gobierno de negar la realidad y de la respuesta impertinente que exacerban los ánimos de la comunidad y que son estigmatizados de vandalismo. Acaso el silencio y abandono estatal no es la mayor expresión de la violencia sistemática que se comete contra la población, en especial con los más débiles. Esta crisis institucional ha dado origen a los nadies, a esos que Eduardo Galeano describe así:
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la
Liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos:
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica
Roja de la prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata
Estos nadies se cansan del sufrimiento, de la exclusión y quieren expresar sus voces, pero son callados, invisibilizados y sus gestos en busca de justicia son censurados como violencia y vandalismo. Para minimizar su descontento se centra en el valor de los edificios, de los vidrios rotos, de los buses quemados, pero nada se dice de las razones de su descontento, de los niños y niñas que mueren de hambre, sin escuela, del maltrato infantil, de los campesinos olvidados y de los lideres asesinados. En los sucesos de las últimas semanas los medios dedicaban grandes franjas de sus noticieros a mostrar con detalles las agencias bancarias con sus vidrios rotos, las nombraban una y otra vez, pero tímidamente se habló de las personas que murieron. ¿Dónde queda la dignidad de la persona humana? Para muchos “ciudadanos de bien” es mayor el costo de unos vidrios rotos que el valor de la vida humana. Cómo se reduce lo importante y fundamental al capital. Ante esta situación los pobres de la tierra expresan su inconformidad a través de la legitima protesta social, que en ocasiones y por muchas razones reaccionan también con exceso de fuerza. Esta indignación debe ser leída como la exigencia de comunidad ante la injusticia. Es la respuesta de la ciudadanía como bloque histórico que expresan su indignación ante las negatividades que sufren las víctimas de un sistema hegemónico, dominador y excluyente que condena a millones de ciudadanos y ciudadanas a la pobreza y a la muerte. Estas situaciones de inconformidad ante las acciones de abandono, violencia e injustica expresan la necesidad urgente de cambiar este asunto; de resignificar nuestro proyecto de país. Se necesita de un proyecto donde quepan y participen todos y todas, que se fundamente en apuesta ética que nos permita trascender la moral de la competencia, de ver al que piensa diferente como el enemigo y que nos permita reconocer en el otro y en la otra la posibilidad de construir comunitariamente. El Estado debe gestar una transformación significativa en sus instituciones, algunas deben ser transformadas significativamente y estructurarse para que su labor gane legitimidad social. El ejercicio delegado del poder no puede tener otro fin que el desarrollo y cuidado de la vida, en todas sus manifestaciones. No quiero más policías agresores ni agredidos, ni que la comunidad que protesta sea agredida, ni agresora. No quiero más niños y niñas masacrados en los cañaduzales, ni más falsos positivos. No quiero más minería ni legal, ni ilegal que acabe con los páramos, con el agua y la biodiversidad. Aquí debe prevalecer la vida, la dignidad humana y el respeto a la diferencia. En este proceso la educación tiene mucho que decir como formación de la consciencia critica, de la consciencia política que reconozca el poder de los movimientos sociales como gestores de la transformación histórica. Pero se debe superar la idea simplista de pensar que dar cátedras de ética es suficiente. No deleguemos en la escuela, lo que es responsabilidad de la sociedad. La educación debe ser ética en su esencia, independiente que exista como área. La ética no se reduce a una asignatura, es una búsqueda constante y reflexiva de los sentidos de vida que exige pensarnos hacia donde queremos ir como sociedad. También señalaba que es una necesidad espiritual, no hablo de religión, sino de conciencia de unidad y comunión cósmica que nos vincula con los demás. La espiritualidad tiene que ver con la compasión, colaboración y la comunión como signo de proximidad que debe gestar una transformación de nuestros paradigmas y nuestras visiones de mundo. Así lograremos un cambio civilizatorio. Es una apuesta de unión, reconciliación, de empezar a transitar el sendero que nos conduce a la justicia y a la paz. Yo le apuesto a la ética para cambiar este asunto, y ¿vos te arriesgas a cambiar este asunto?
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