Hablemos de la batalla cultural. Término que, para aquellos que trabajamos día y noche en la difusión de ideas y en los activismos por una sociedad más justa, es bastante familiar. Sin embargo, en esta batalla de ideas hay quienes no comprenden la seriedad de la lucha ni la importancia de las estrategias. Aquellos que utilizan el término a la ligera para definir lo que, al fin y al cabo, no es más que un personalismo mediocre.
Seamos sinceros, el personalismo existe tanto en la izquierda como en la derecha. No se trata de una exclusividad de la progresía, sino de un mal hábito de la raza humana. Lo que en un inicio es un ferviente amor por la libertad, puede convertirse en una pasión por “el líder”, cuando no se alimentan las emociones con una correcta dosis de historia.
El fanatismo, entendida como el apasionamiento exagerado que lleva a una persona a seguir a otra -ciegamente-, es una actitud infantil, fiel compañera del personalismo. Idolatrar al líder se ha convertido en la debilidad más grande de aquellos que desean realmente dar la batalla cultural.
Ante estas actitudes irracionales la mejor cura es una crítica objetiva, de a quienes poco les importa el aplauso ajeno, sino que más bien les interesa la honestidad intelectual y la realidad de las cosas. Pero no sólo basta con esto, pues el fanatismo es consecuencia de la ignorancia, y no hay mejor cura al ignorante que la adquisición de conocimiento. Nuestra mejor herramienta: los libros.
Leer, leer y leer. Esa es la clave para una buena batalla cultural. Debemos leer a quienes piensan como nosotros y debemos leer a quienes piensan todo lo contrario. Debemos leer a quienes refuerzan nuestras ideas, y debemos leer a aquellos que las cuestionan, porque nunca vamos a aprender nada sino es a través del reconocimiento de nuestra propia ignorancia.
Pero volvamos al tema central, ¿batalla cultural o club de fanáticos? Esta pregunta resulta clave, puesto que no sólo cuestiona nuestra estrategia actual -para así poder mejorarla-, sino que también nos plantea que llegó la hora de decidir quiénes queremos ser y qué queremos que nos defina: ¿se trata de seguir a Javier Milei o de acompañarlo en la defensa de la libertad?¿Se trata de seguir a Agustín Laje o de aprender de su lucha para mejorar nuestras estrategias?¿Se trata de seguir a Guadalupe Batallan o de aprovechar al máximo cada una de sus investigaciones para poder formar nuestras propias ideas?
Así como debemos romper el tabú de la crítica al feminismo, también debemos romper con el sesgo personalista. La autocrítica y la honestidad intelectual deben ser pilares dentro de la batalla cultural. No hay libertad en donde no se permite el debate ni la disidencia, y no hay coherencia entre quien dice defender la libertad y no hace más que rendir culto a un líder. Recuerden: si necesitas que alguien más te diga que pensar, no estás dando la batalla cultural, estás en un culto.