Venden por medio millón la plata de Lutz Long, el ‘ario’ que ‘traicionó’ a Hitler al ayudar a Jesse Owens

Uno de los grandes momentos del deporte, quizá el más importante de todos los tiempos porque es el que ilustra su condición de espacio sin fronteras para personas de toda condición, fue la relación entre Lutz Long y Jesse Owens en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936. Lo básico de la historia es conocido: Jesse Owens llegaba a los Juegos Olímpicos como gran estrella del atletismo y posibilidades reales de ganar en 100, 200, 4×100 metros y salto de longitud. Sin embargo, tal cosa no era del agrado de la mística racista del nazismo hitleriano, que había echado el resto para organizar los mejores Juegos Olímpicos de la historia -sin duda fueron los mejores hasta entonces, y su perfección organizativa superó a bastantes de los posteriores- ni, de rebote, de las instancias rectores del olimpismo, deseosas de agradar a quienes habían organizado un evento de tal calibre.

El hecho es que el 3 de agosto de 1936 Jesse Owens había ganado, en los 100 metros lisos, su primera medalla de oro. El día 4 buscaba la segunda en el salto de longitud pero, en la fase de calificación, se vio contra las cuerdas después de dos intentos nulos. Uno de ellos, escandaloso pues los jueces le contaron como intento una simple carrera de aproximación. La distancia a saltar para entrar en la final era de ‘solo’ 7,15 metros: muy al alcance de un atleta que ya se movía por encima de los ocho metros. Antes del tercer salto se aproximó a él Lutz Long, alemán, bronce en el anterior Europeo, poseedor de la segunda marca mundial y ‘ario’ en el sentido físicamente hitleriano del término: alemán, rubio, ojos azules, 1,84 de altura… Apto para ser portada del ‘Signal’ o revista similar.

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Sin embargo, ahí acababa la ‘arianidad’ de Long. Según la teoría racial del Führer y su séquito de iluminados, Long no sólo debía ser demostrar ‘físicamente’ su superioridad sobre Owens y el resto de razas ‘inferiores’, sino también hacerles objeto de un tratamiento despótico que instalase en su mente la pleitesía debida al ‘herrenvolk’. Pero Long demostró haber entendido el ideal olímpico mejor que el propio Pierre de Coubertin y el conde de Baillet-Latour, presidente del COI, que se sentaban en el palco junto a Hitler y la camarilla. Lutz se dirigió a Owens, le aconsejó sobre el punto de batida y llegó a señalárselo físicamente. En el tercer intento, Owens batió y saltó la distancia requerida sin problemas. Luego, ganó la final. Long fue segundo. Fue el primero en felicitarle. Luego, recorrieron juntos el estadio y posaron juntos para las fotos.

En el año 2013 una de las cuatro medallas de Owens fue subastada por 1,4 millones de dólares y fue, entonces, el objeto olímpico más valioso jamás vendido. Esta semana cambió de manos la plata que consiguió Lutz Long. El operador especializado en coleccionismo deportivo SCP Auction -que también subastó la medalla de Owens- la puso en el mercado con un precio de salida de 50.000 dólares. Hubo 20 pujas y finalmente el precio se cerró en 488.435 dólares, cerca también de medio millón de euros. Según un portavoz de la empresa, es el precio más alto jamás pagado por un segundo premio. La medalla procedía de los herederos de la familia de Long.

El III Reich se vengó de la ‘humillación’ que para ellos fue el comportamiento de ‘su’ estrella. Continuó con su carrera deportiva pero, al estallar la guerra, no fue ‘protegido’ como otras estrellas del deporte o del espectáculo, destinados a puestos cómodos y sin peligro. Long fue enviado al frente como el boxeador Max Schmelling, otra estrella ‘incómoda’, y en 1943 murió en combate en Sicilia. Antes, Owens y él habían profundizado en su amistad. Mantuvieron contacto epistolar y tras la guerra Jesse fue padrino de boda de uno de los hijos de Long.

Jesse Owens falleció en 1981. Dijo que «el valor de todos los trofeos que gané no es tanto como el de mi amistad con Lutz Long. Fue muy valiente al ser amigo mío en ese ambiente, frente a Hitler». La medalla, diseñada, por Giuseppe Cassioli, mide, mide 55 mm de diámetro, 3 mm de espesor y pesa 75 gramos. Su valor material es el del baño de plata al 99% con el que está cubierta -desde 1912 las medallas no son de metal precioso macizo-, pero el precio alcanzado avala la veracidad del juicio de Jesse Owens.