Por: Rubén Darío Valencia
Una oración por el silencio (del odio)
Colombia ha recibido esta semana un golpe profundo en el alma colectiva. El ataque contra el candidato Miguel Uribe Turbay no es solo un hecho político o judicial: es una señal de alarma que nos grita desde el fondo mismo del corazón nacional. El problema no se reduce al acto mismo, sino a lo que deja al descubierto: una sociedad envenenada por la hostilidad, la intolerancia y la división.
En medio de este clima cargado, necesitamos más que reacciones: necesitamos sabiduría para que las palabras no disparen las armas.
Vivimos días en los que opinar es casi una obligación social, y callar parece un signo de debilidad. Pero la sabiduría bíblica enseña otra cosa. El libro de Eclesiastés dice que hay “tiempo de callar y tiempo de hablar” (Eclesiastés 3:7). Y este no es tiempo para hablar desde la rabia o el miedo. No es tiempo para alimentar el ruido de la polarización ni para usar nuestras redes como trincheras ideológicas. Es tiempo de prudencia, de reflexión profunda y, sobre todo, de oración. Como también dice Eclesiastés: “No te apresures en tu espíritu a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios” (7:9).
Las redes sociales se han convertido en campos de batalla donde se libran guerras que no son solo políticas, sino espirituales. Y muchos creyentes (quizá esta columna está escrita para ellos) han caído en esa trampa, reaccionando con la misma ira que el mundo, olvidando que nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra “principados y potestades en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Lo que se disputa en Colombia no es únicamente el poder político, sino el rumbo espiritual de una nación herida, en donde hace tiempo sacamos a sombrerazos a Dios de los colegios, de los púlpitos, de los despachos judiciales y del corazón de la Constitución. Y esa batalla no se gana con comentarios agresivos ni con superioridad moral, sino con oración, mansedumbre y verdad.
¿Debemos decir la verdad? Por supuesto. Pero la verdad sin amor hiere, y dicha sin sabiduría se convierte en un arma de doble filo. Son increíbles las teorías que buscan lavar la sangre del que disparó el arma, y de extraviar en la impunidad al que dio la orden. No se trata de apagar la conciencia ni de ser indiferentes. Se trata de ser instrumentos de necesaria prudencia. De llevar agua viva a una sociedad sedienta de justicia, no gasolina a un país en llamas. El sabio, dice Proverbios, es aquel que “ahorra sus palabras”, y añade: “aun el necio, cuando calla, es contado por sabio”. En un mundo saturado de opiniones, el silencio sabio puede ser el testimonio más poderoso. El silencio, cuando es justo, grita.
Nuestra esperanza no puede estar en ningún nombre humano ni en una bandera política. Está en el único Rey que no será removido por las crisis: Jesucristo. Como recuerda 2 Corintios 10:4, “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas”. Hoy, más que nunca, Colombia necesita una comunidad que ore, que discierna, que actúe con sabiduría y que proclame al Cristo resucitado, no a sus propias preferencias.
¿Qué podemos hacer? En lo político: esperar que las autoridades actúen con independencia y sin cortapisas. Ellas deberán esclarecer móviles y autores del criminal acto. Pero la Biblia nos orienta con claridad: orar por quienes nos gobiernan (1 Timoteo 2:1-2), pedir sabiduría (Santiago 1:5), caminar humildemente (Miqueas 6:8), y dar razón de nuestra esperanza (1 Pedro 3:15). Pero todo esto debe hacerse con mansedumbre, no con arrogancia; con reverencia, no con juicio. No debemos repetir el lenguaje del que odia, sino reflejar el carácter de Cristo.
Que nuestras casas sean lugares de paz, no eco de la agitación. Que nuestras palabras no sumen al conflicto, sino a la esperanza. En vez de encender nuestras redes, encendamos el altar de la oración. En vez de repetir el discurso del miedo, anunciemos con firmeza la esperanza del Evangelio. En lugar de gritar nuestra opinión, vivamos de forma que otros vean en nosotros la paz que el mundo no puede dar. Esa paz es Cristo.
En esta hora, se necesita más valentía para callar que para hablar. Más fe para orar que para opinar. Más amor para escuchar que para imponer. Que Dios nos dé lengua prudente, oídos atentos y corazones rendidos. Que seamos lámparas encendidas por el Espíritu, no antorchas que avivan el fuego de la división. Que nuestra presencia traiga consuelo a los temerosos y luz a los confundidos.
Colombia clama por redención. Y esa redención comienza en cada hogar que decide vivir bajo el gobierno de Cristo. En cada corazón que elige la intercesión por encima del juicio. En cada creyente que opta por ser sal y luz, en lugar de eco de la oscuridad.
Es hora de callar. Es hora de orar. Es la hora del silencio sabio.