Cuando hablamos de la juventud en la política, solemos caer en el estereotipo del adolescente caprichoso que reclama derechos que no existen. Honestamente, no puedo culpar a aquellas personas que tienen esta —errada— visión puesto a que sí existen en el ámbito muchos jóvenes que sólo militan causas sin sentido. Sin embargo, me gustaría proponerles otra visión.
Es muy común escuchar que “los jóvenes son el futuro”, y hasta cierto punto esto es verdad. Los jóvenes constituyen ese “paso previo” a la población adulta y laboralmente activa. Los jóvenes constituyen la mayor parte de la población estudiantil y son quienes, al fin y al cabo, tienen una mayor flexibilidad a los constantes cambios tecnológicos. Es decir, la juventud es la parte más dinámica y prometedora de la sociedad, en ellos hay presente pero también hay un potencial incalculable.
Dicho esto, hablemos del tema que nos interesa: la política. Este aspecto de la sociedad que constantemente nos genera sentimientos encontrados —especialmente si hablamos de políticos— sigue siendo una parte muy importante de la vida en sociedad. No podemos escapar de la política así como no podemos escapar de las leyes ni de la necesidad de interactuar con nuestros pares.
La política, más allá de los debates y problemas que trae consigo, nos construye como sociedad civil. Entonces, si como sociedad nos involucramos constantemente en el hacer de la política, ¿no deberíamos aspirar a que los jóvenes, nuestro futuro, también se involucren? La participación en la sociedad con un rol ciudadano consciente y responsable es inevitable en la vida adulta y fundamental en la juventud, por un motivo principal: el desarrollo de la conciencia ciudadana.
Veámoslo de esta forma: aquellos jóvenes que participan activamente de la realidad política acumulan una cantidad de experiencia impresionante que les sirve en el desarrollo de una ciudadanía activa y consciente, que mantendrán en su adultez. La participación en la política nos obliga a tomar partido, a informarnos y formarnos—incluso si es sólo para no quedar en vergüenza frente a otros—, a comunicarnos con otros, a escuchar a los otros, etc. En fin, nos lleva a desarrollar habilidades que no imaginábamos poder desarrollar.
Queridos jóvenes, hace falta cargar en nuestros hombros con el peso de las luchas por sociedades mejores, más humanas y que den lugar a un sistema de valores fuertes y que perduren, no sólo por nosotros, sino por los que vendrán. Los jóvenes tenemos ese lugar en la sociedad que puede marcar una diferencia. Los jóvenes podemos trabajar por un presente que mejore el futuro para los próximos jóvenes, pero también para nuestros mayores, que ya no pueden luchar como nosotros.
Los jóvenes tenemos la fuerza y la energía que se necesita para luchar por lo que es justo, y por ello, quiero pedirles una tarea difícil pero elemental: dejen el miedo de lado, involúcrense y no se rindan