Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal

EMPUÑANDO LA ESPADA

El gesto del presidente Petro, vestido de suéter rojo y guantes blancos empuñando la espada de Bolívar, tiene tanto de largo como de ancho.

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Si dentro de la nutrida lista de símbolos que ha querido usar durante su mandato y en los aposentos de la Casa de Nariño, este gesto tan rotundo es uno de ellos, resulta desfasado, provocador y demasiado contradictorio como actitud violenta para alguien que insiste en predicar y ejecutar la paz total.

Pero si a más de simbólico, el gesto pretendía enviar un mensaje a distintos estamentos, corre el riesgo de ser muy mal recibido por la mayoría de a quiénes está dirigido y se convierte más bien en una voz de alarma para el resto de ciudadanos que vimos elegir a un exguerrillero presidente y ahora contemplamos a un presidente guerrillero que, espada en mano abandona su rol de primer mandatario responsable para librar, al menos en su imaginario desbocado, una guerra de guerrillas contra el Congreso, contra las Cortes y quizás hasta contra sus propios ministros y contra los votantes que no lo apoyen.

Y si acaso ese gesto, más dramático que comediante, de empuñar una espada polémica pretende recordarnos que su modelo como gobernante es el del leninista de Chávez, que hizo lo mismo en Venezuela con la otra espada de Bolívar, el efecto de esta actitud del primero de mayo se torna en asustador para quienes siempre dijeron, y siguen cacareando, que Petro dizque va a convertir a Colombia en otra Venezuela, navegando entre la escasez de comida, medicamentos y combustibles.

En palabras más concretas, ese gesto de Petro en la plaza de Bolívar, por donde se le mire ha terminado siendo mucho más estruendoso que lo buscado por el presidente y sus asesores de imagen y ha renovado peligrosamente el pánico nacional, espantando la serenidad muy lejos de la ruta por donde debe conducirnos un gobernante en tiempos de crisis.