Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
En la década de 1920 a 1930 Francisco González, más conocido históricamente como Pacho Gato, comenzó a trabajar en la Tipografía Minerva de Marcial Gardeazabal en Tuluá. Mi abuelo era solo decencia. Vestía de saco de paño, cuellos almidonados, corbata inglesa y sombrero Barbizio.
Pacho Gato era su opuesto, desarreglado como si hubiese acabado de salir de menear una paila de manjarblanco ,pero con una ventaja con la que conquistó al abuelo, estaba siempre cargado de humor, vivía informado y le sacaba chiste a todo. Unos años después en 1932,Pacho Gato se fue a vivir a Cali y habiendo aprendido de linotipos y moldes, resolvió fundar El Gato, un periodiquito de tiraderas hasta llegar a nuestros días creyéndose el mejor rotativo del mundo aunque solo fue un resumen de humor y socarronería provinciana.
Pero como en Cali ninguna imprenta le fiaba, Pacho Gato se fue a imprimirlo a Tuluá donde su antiguo patrón mientras fue cogiendo vuelo y se volvió en un caso único del periodismo satírico para un país tan serio y apergaminado como el que había decretado don Miguel Antonio Caro que fuese. Allí entonces, con sorna valluna, desfilaron en breves chistes y mordaces caricaturas todos los personajes de la política desde el constitucionalista Tulio Enrique Tascón, que no se reía ni haciéndole cosquillas, hasta el atildado Ospina Pérez que apoyaba como presidente a Nicolás Borrero Olano, el gestor de los pájaros de El Cóndor.
Al bugueño Tascón que fue ministro varias veces le recordaba con cariño su mariposería y al paisa lo ponían a ver un ring de boxeo bajo el título ” A sangre y fuego”, frase preferida de su ministro de gobierno para apoyar la violencia. Era casi irrespetuoso pero pese a lo provocador que resultó siendo su periodismo ni los pájaros godos le dispararon sus balas ni los culifruncidos liberales le dejaron de pautar para sostener con avisitos la existencia de El Gato.
Sus herederos han mantenido el diario de humor respirando solo chistes flojos y sacándolo cuando pueden para que no muera en el recuerdo de un Cali y un Valle que ya no existe y castigó al chiste como un vicio. Sus 88 años lo han celebrado editando un histórico libro en donde juegan al logo del gato viejo montado sobre un par de ochos para que solo así sean dos gatos maullando.
Leerlo es romper la cápsula del tiempo y darnos cuenta que los gracejos bugueños han sido mucho más eternos que los atildados comentarios londinenses de los azucareros del Club Colombia de Cali. No es la historia ni del periodismo risible ni de lo que nunca se contó. Es una nadería que de pronto solo la entendemos los septuagenarios. Pero he tenido que sonreír porque entre gozos estaba la verdad de la verdad de lo que vivimos y, aunque sabíamos, preferíamos callar.