Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Este país se repite con insistencia machacona y patina en el mismo charco como las vacas empantanadas sin poder salir de él. Lo peor, empero, no es que se repita como en un tiovivo, es que nos hemos ido acostumbrando a que todo pase y que al final no pase nada porque nos convencimos de la inutilidad de aprender de lo vivido.
Lo sucedido esta semana con el diario El Heraldo en Barranquilla, cuando hombres armados en carros protegidos ingresaron para exigir la publicación de un presunto comunicado de una de las dos bandas organizadas que se están dando bala y sembrando muerte en la capital del Atlántico, es un ejemplo innegable de lo que nos está pasando.
Esa ciudad que se había salvado de caer en el remolino del desorden total parece haberse precipitado,por culpa del esquema gringo de la polarización para el manejo de la noticia policial, en un hueco que semeja a Barranquilla con Haití y pone a pensar si la pujante y equilibrada ciudad ha terminado en manos de las bandas criminales organizadas.
Empero, la búsqueda de conseguir que El Heraldo publique las versiones que desde cada bando se dan, a más de indicar la importancia que tiene aún ese diario en la vida de los barranquilleros, plantea la duda sobre si lo que ha faltado es capacidad investigativa de la realidad para presentarla como noticia o si el periódico ha caído en la trampa de aceptar como verdad única a los boletines policiales.
Pero no habían transcurrido 24 horas del evento a mano armada, cuando el ELN, que se encuentra en un proceso de negociación con el gobierno Petro para llegar a una tal paz total, arremete con fuerza para presionar, también a mano armada,un direccionamiento de las conversaciones o una suspensión radical de ellas.
Matar a un grupo de soldados en el Catatumbo, quienes prestaban servicio militar, pone en calzas prietas al gobierno para poder explicar qué clase de soldados hacen la guerra y hasta donde se puede llegar, volando oleoductos o acribillando uniformados al tiempo ,en conversaciones de paz.