Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
En cualquier lugar del mundo donde su cabecilla, rey, presidente o primer ministro quiera ser líder mundial, recibe sin duda alguna el apoyo de sus gobernados. En Colombia no.
El presidente Petro está intentando desde sus primeros pasos como gobernante convertirse en un líder internacional sin primero convencernos. Lo intentó dentro del cuadro de sus homogéneos, los presidentes de izquierda latinoamericanas, pero se enfrentó a un Lula poderoso, curtido, que no le dió chico o a un Boric juvenil, con opiniones fruto de la cultura de izquierda que profesa, no de sus desquites, y no encontró eco.
Después que fue a Stanford y con grandilocuencia pronunció un discurso que más nos pareció un sancocho de ideas y pocos entendieron pero nadie aceptó, el presidente Petro ha seguido en esa línea, cada vez más fanático en su idea y aunque también cada vez tiene menos público y mucho menos aceptación nacional e internacional, insiste en su posición estertórea.
El discurso pronunciado la semana pasada en la COP 28,donde nos condenó a los colombianos a una posición totalmente idealista pero igualmente dañina, no tuvo eco alguno fuera del marco nacional porque fue la representación del atleta que levanta en el podio imaginario un trofeo equivocado.
Nadie en el mundo, ni en Cuba ni en Corea del Norte tan siquiera, van a tragarse el cuento que el gran triunfo de Colombia es ser el único en negarse a permitir más exploraciones y explotaciones de carbón, gas y petróleo.
Para la gran mayoría de colombianos y para cualquier observador internacional de izquierda o de derecha, la determinación de Petro es condenar a Colombia y a sus ciudadanos a someterse a una religión ultra ambientalista, descabellada como la que más.
Repito, seremos el único país del mundo sentado encima de un baúl de grandes riquezas pero con candados ideológicos que nos impedirán utilizar lo que hay dentro del baúl. Seremos el atleta alzando el trofeo equivocado.