Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal
Se dieron cita el mismo día, en el mismo auditorio y teóricamente ante los mismos espectadores. Fue el 19 de septiembre en la ONU. Inició Petro un poco después de Biden, que se había robado todos los flashes y los comentarios así no hubiese dicho nada que valiera la pena.
Casi que no puede arrancar. El bullicio y la distracción de los asistentes obligaron a tres golpes de martillo al presidente de la Asamblea y los poquitos que quedaron ni lo oyeron. Fue una pieza literaria de factura, llena de metáforas decimonónicas, pero no empataba con nada de lo que la humanidad está creyendo hoy día y que, por supuesto no catapulta a Petro como la figura universal de la izquierda que a toda costa quiere presentar con su ideología demodé.
Pidió acabar la guerra de Ucrania y la de Palestina pero se olvidó que las bandas armadas tienen a su país en una guerra interminable. No dio un solo jab ni siquiera con la zurda.
Después subió Bukele. La frescura de su imagen aceleró el interés por oírle su mensaje totalmente práctico y alejado de las figuras literarias, las comparaciones metafóricas o los deseos de ser el más importante.
Narró la tragedia de su país, recordando que vomita exiliados por minuto. Olvidó su metodología de Gengis Khan y las crueldades mongólicas que aplica llamándolas como surgidas de la realidad de su patria y las calificó como eficaces para lograr la paz porque son fruto de la valentía de un pueblo sufrido y pensadas solo para ellos.
Modestamente repitió una y otra vez que sus experiencias no eran para exportar y despojándose del liderazgo que América Latina ya le da, salió más líder que cuando comenzó el discurso.
Petro vociferó la fórmula antiliberal y anticapitalista al mundo entero. Bukele solo contó su experiencia. Petro pidió la guerra de todos contra el sistema financiero mundial.
Bukele solicitó que los dejen sacar avante su experiencia a ellos solos. Petro, sin dar un puño, casi sale noqueado.