Por: Gustavo Álvarez Gardeazábal
La vertiginosidad con que el presidente Petro resolvió, en menos de 20 horas, la crisis que precipitó en su gabinete la noche anterior indica muy a las claras que todo estaba fríamente calculado y que solo esperaba un pretexto para hacerlo.
La exclusión dentro del Plan de Desarrollo de algunas facultades extraordinarias al presidente y el apretado resultado de la votación en Comisión de la pretendida reforma a la salud, debieron haberle hecho ver a Petro que había llegado el momento de realizar el cambio de la estantería con muebles viejos y usados que desde el 20 de julio del año pasado le había montado Roy Barreras.
Esa tal coalición de gobierno montada como dijo el expresidente Gaviria sin que al menos a él le consultaran nombramientos, dejó entonces de existir desde ayer.
El presidente al aceptar la renuncia a un grupo de ministros nombrando su reemplazo produce efectos legales y de percepción nacional contundentes.
Desde ayer el gabinete es absolutamente petrista y aunque han cambiado a la caprichosa ministra Corcho por el razonable Guillermo Alfonso Jaramillo y a los samperistas Ocampo y López, resulta evidente que el poder del gurú de Hildebrando sobre el presidente y su gobierno se consolida pues no tocan a la fanática Irene Vélez, su hija, ni a la ministra de Educación, alfiles universitarios de ese pensamiento sectario que se ha apoderado de la gesta petrista.
El nombramiento de Luis Fernando Chuspas en Interior le da aire a la comunicación con el Congreso y un rostro amable y muy televisivo al vocero presidencial al tiempo que se hace justicia con quien desde las primeras de cambio fue capaz de romper con César Gaviria y la disciplina liberal y lo habían premiado con una consejería desconocida. Se trata de una nueva estantería. Ojalá no sea solo un nuevo decorado.