Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Por estos días vienen matando diariamente uno o más policías. Dicen los medios, y chismean las redes, que los están matando las gentes del Clan del Golfo como venganza por la encerrona que le hicieron a su jefe máximo, el señor Usuga, para no darle el carácter de eterno combatiente y entregarlo a la justicia norteamericana.

Los del Golfo son unos de los Grupos Armados Organizados GAO que existen en el país y ellos se cansaron de llamarse Autodefensas Gaitanistas de Colombia. Andan en esa matazón de policías porque ante la incapacidad de haberse hecho entender como actores de la criminalidad nacional que alienta el mercado mundial del narcotráfico, están tan convencidos como Pablo Escobar en su momento que la mejor manera de hacerse oír para sentarse en una mesa de sometimiento a la justicia es vengándose del estado, el que representan singularmente los policías con sus defectos o sus virtudes, sus vicios o su voluntad de servicio.

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Para el vengador un policía es la representación más evidente del estado que apresó a Úsuga y así sea un monstruo de mil cabezas hay que intentar cortarlas una a una para obligarlos al reconocimiento.

El problema es que los colombianos fuimos educados en la venganza como elemento fundamental de la abstracta justicia que a lo largo de la historia siempre ha estado dando tropezones y una agrupación como la del Golfo, que ha demostrado su dominio en 11 departamentos, también apela a la venganza para que le cambien de categoría. Es probable que sea una forma de despedir el último mes del gobierno Duque y de hacerle sentir en la carne y el dolor de centenares de familias de policías lo equivocado que estuvo.

Pero resulta que, y paralelo por un lado a ese acto de venganza, el nuevo gobierno de Petro nombra como ministro de Defensa a una de las más reconocidas víctimas de la venganza pero, al mismo tiempo también, quien curiosamente más ha ayudado con sus actuaciones en la Corte y en Guatemala a la confusión que tiene gran parte del pueblo colombiano entre ser justiciero o ser vengador.

Y, por otro lado, elevan a la categoría de negociador de paz al fruto mayor de la semilla de la tolerancia y el reconocimiento .Al director de la casi desconocida pero muy valiente y productiva Comisión Intereclesial del Diálogo.

Es la eterna confrontación entre el bien y el mal, entre la justicia y la venganza, entre la esperanza y el pesimismo, así se construya sobre el recuerdo de los sobrevivientes o la representación simbólica de una cruz en las tumbas de las víctimas y el llanto intermitente de una madre por su hijo.