Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal
Aun cuando ante los ojos del país la reelegida gobernadora del Valle, Dilliam Francisca Toro, es la baronesa electoral de este país y, como tal, ese escudo político le puede ayudar a saltar muchos matojos del oficio que ahora repite, hay una circunstancia que donde no se maneje con criterio elevado y astucia guacariceña, puede terminar encartando a la muy ducha gobernante.
Se trata de la inseguridad que ronda sobre al menos tres focos en el Valle del Cauca: Buenaventura, Jamundí y Tuluá y al que puede agregarse Cali si el nuevo alcalde Alejandro Eder y su novato pero muy bogotano Secretario de Seguridad que ha nombrado no saben leer la verdadera crisis criminal que vive la capital del Valle.
Dilliam tiene que afrontar el problema con medidas fundamentadas en la verraquera, no en el apoyo lejano de un gobierno leninista que ha ido desinflando las fuerzas militares. El lio de Buenaventura no es la batalla delineada desde las oficinas de paz de Petro en Bogotá.
No es solo el enfrentamiento de los Shottas y los Espartanos.Es el de la batalla de meses entre la Segunda Marquetalia y los del Golfo, en la zona rural. Igual el problemón que crece por horas en Jamundí mezcla todos los ingredientes de la ciudad frontera con la Colombia narcotraficante, la cultura traqueta y el desorden ciudadano.
Y lo de Tuluá puede ser más grave porque tanto la dirigencia de La Inmaculada como el repitente alcalde Vélez se han declarado públicamente la guerra a muerte a partir del 1 de enero y mientras tanto la extorsión crece, la desconfianza en la policía aumenta y los tulueños, como en mis novelas, van a terminar armando su autodefensa. Ayudar a la gobernadora debería ser un deber de todos los que vivimos en el Valle.
Esperar que construya una oficina conjunta de enlace de seguridad con el alcalde Eder para atajar el estallido del volcán que es Cali y que sea ella quien convoque a la solución ciudadana a los otros tres municipios la puede salvar de la encartada.