Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Cuando era un imberbe estudiante la directora de la Biblioteca Municipal de Tuluá, Yolandita Quintero, me dejó dictar una charla sobre el cero y el infinito. Yo no estudiaba ni matemáticas ni física y solo había leído una y otra vez los libros de astronomía que el abuelo Gardeazábal le había dejado de herencia a mi madre.
Eso sí, con un potente anteojo de larga vista que mi padre había conseguido para descubrir el ganado que se enmontaba en el bosque de la loma, mi madre y a veces el tío Chalo, que sabía de todo, me enseñaron a leer el firmamento, a distinguir las osas y dizque imaginarme los canales que se le veían entonces a Marte. Pero con más imaginación que conocimiento les dicté la cátedra para demostrar que en el universo debía existir un punto cero por donde se llegaba al infinito.
Yolandita guarda una foto de ese momento sublime. No tengo ni idea por qué se me ocurrió, pero ahora que el telescopio Webb nos ha abierto nuevamente las puertas de la imaginación y se ha demostrado el infinito valor que tienen los agujeros negros para poder entrar a otros universos y jugar al infinito y a la eternidad, he pensado no solo en la cara que puso la Directora de la Biblioteca aquél día, sino en que esa imaginería mía no estaba tan desenfocada.
Los agujeros negros, aunque suene a pedante, son el cero verdadero, no el que los matemáticos modernos desvirtuaron, y son la puerta al infinito tanto en lo desconocido como en la severidad de las matemáticas, donde cumple función elemental pero vigorosa.
Quizás entonces las eternas preguntas sobre la muerte, el reencuentro, la reencarnación y todo lo que las religiones se han inventado para esclavizarnos, están a punto de desmoronarse con los descubrimientos que impulsan las visiones enervantes del Webb. Ya no estamos a punto de ir ni al cielo ni al infierno y mucho menos al purgatorio.
No iremos a buscar la Santísima Trinidad ni el cielo de Alá. Terminaremos todos muriéndonos para entrar en un agujero negro y empujar un poquitico más la búsqueda del cero o del infinito.