Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal
El ELN publicó ayer por redes un comunicado en donde nos cuenta a los colombianos que el pasado 19 de agosto ajustició al ciudadano Joaquín Vergara mientras desayunaba en un restaurante en las afueras de San Vicente de Chucurí.
Según ese comunicado, Vergara quien había desertado del ELN desde 1993, se había aliado entonces con las fuerzas del estado constitucional y actuando como informante, testigo o camuflándose en otros grupos guerrilleros había traicionado al ELN y producido mucho daño en sus filas.
Por esa razón y apelando a la juridicidad de guerra que rige en esa agrupación armada desde su fundación por los Vázquez Castaño, le aplicaron la pena capital.
No se trata el fusilamiento de Vergara de un acto de retaliación de una figura importante y vital de la organización guerrillera como si lo fue cuando ajusticiaron a Jaime Arenas el 28 de marzo de 1971 y nos conmovió a muchos compatriotas.
Aquí lo sucedido contra Vergara cobra inusitada importancia porque es la utilización de un cobro de cuentas de hace 30 años para sembrarnos de nuevo el miedo contra el ELN en momentos en que se negocia, una vez más, la paz con un grupo que se ha sentido siempre capaz de reemplazar al estado colombiano.
Quienes fuimos a negociar con ellos en Maguncia hace 25 años y nos llevamos un chasco cuando se impidió que Andrés Pastrana, presidente electo en ese momento, pudiera acompañarnos en la firma de la declaración pues se encontraba en Paris y asintió en ir hasta el convento Puerta del Cielo donde nos reuníamos, volvemos a estremecernos, ya viejos, encontrándonos de sopetón con una reliquia de la historia que usando los métodos modernos asusta para conseguir lo que 52 años atrás logró condenando a muerte a Jaime Arenas.
El país ha cambiado mucho en tanto tiempo pero los Elenos quieren hacernos saber que no han modificado en nada su manera de pensar y que la paz con ellos sigue siendo tan imposible como fue en Maguncia en 1998.