Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZABAL
Colombia es un país muy simpático. Aquí las cosas se saben desde mucho antes que sucedan, pero las decimos tantas veces que terminamos por no creerlas o por esperar que pasen, para olvidarlas.
Desde la noche del viernes pasado comenzaron los rumores. La llamada de una pareja de antropólogos chilenos con quienes hemos cruzado ideas comunes o enfrentadas, fue el primer aviso. Ellos, cercanos al circulo intelectual del presidente Boric, me preguntaban que si era cierto o no que en Colombia podría producirse un golpe de estado. Yo les expliqué la situación, les pasé mi crónica “El fujimorazo” publicada el lunes anterior y les predije que en este país si se hablara a voz en cuello de un golpe de estado y cada vez más compatriotas lo supiéramos, más posibilidades habría de que se diera, y no pasara nada.
El sábado en la noche, cuando yo no había oído aun la denuncia de Petro sobre el golpe de estado y la convocatoria a Rodolfo y Fajardo para reunirse hoy a hablar sobre esa eventualidad, recibí, después de muchos años, la llamada de un respetadísimo profesor universitario chileno que preguntaba casi que por lo mismo. Uní cabos y me vine al computador. Entonces encontré la denuncia de Petro en Barranquilla. Y averiguando aquí y allá, el golpe de estado tomó forma imaginariamente.
Mañana martes el Tribunal de Cundinamarca o la Procuradora Cabello deberían suspender al cuestionado Registrador. Los presidentes de las Cortes, quienes por Constitución deben nombrar su reemplazo, podrían abstenerse o encargar supletoriamente al ministro de Justicia, Wilson Ruiz. Inmediatamente después, nombrado o no el ministro, y ante un panorama tan acéfalo y la incapacidad de la Registraduría de garantizar la confianza en las votaciones del domingo, el presidente de la nación, con un simple decreto motivado, aplazaría las elecciones declarando o no el estado de emergencia.
Eso significaría que la denuncia de Petro era válida y que un golpe de estado, admitido por todos, se habría dado. Bueno, se puede dar. Y se debería dar porque el país perdió la confianza en las votaciones del domingo y hacerlas es precipitarnos en el enfrentamiento inicuo porque ningún bando reconocerá el resultado.
Ajustarse a la realidad y conseguir garantía de que el señor Duque solo las va a aplazar y no va a conseguir la nulidad de las elecciones del 13 de marzo y se va a quedar en el poder un tanto más allá del 7 de agosto, es otro problema. Pero ahí está y a falta de bombillos, buenas son velas.