Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
En el Vaticano finalmente siempre se van sabiendo las cosas. Lo he sentido en carne propia no por haber publicado en España por estos días mi novela LA MISA HA TERMINADO sino por el garrotazo que le dieron a mi busto en Tuluá por herir con ese libro la sensibilidad de la incontrovertible Iglesia Gay.
Y también lo hemos sabido en todo el mundo porque se conocieron los detalles de la millonaria negociación que hubo de hacerse para pagarle a los terroristas islámicos de Malí por la liberación de la monja pastusa franciscana Gloria Narváez, gesto que debo aplaudir porque fueron muchas las columnas que escribí pidiendo que se hiciera por parte de la iglesia.
Pero lo simpático de todo ello, y que pone en actualidad la novela mencionada, es que los detalles detectivescos del pago del rescate se han sabido porque uno de los cardenales, Angelo Becciu, que ha manejado la plata por debajo de los manteles en el Vaticano, y quien está respondiendo en un juicio por corrupción, lo ha contado.
Siempre ha sido así en la Iglesia desde la eternidad de su existencia. Las votaciones del cónclave que son tan dizque secretas se conocen con el paso de los tiempos o la infidencias de los cardenales que por una u otra causa prefieren contarlo.
Por estos días, empero, los secretos del Vaticano se están poniendo encima del tapete. Las redes sociales y los sistemas de espionaje al estilo del Pegaso que tiene removido al gobierno español e intranquilo a más de un gobernante del mundo, ayudan a develar toda esa incógnita de la Iglesia que nos apabulló en la infancia y ahora todavía pretende hacer lo mismo con la pompa y circunstancias de sus ceremonias. Empero tocar lo íntimo de la enigmática institución sigue siendo no solo un riesgo sino una permanente especulación y parecería, a veces, que es mucho mejor contar todo lo que huele a vaticano a través de la novela, que de artículos periodísticos.
Lo se también porque hace 8 años cuando salió la primera edición de LA MISA la interpretación fue una, más de asco, que de protesta, y por estos días que salió la edición española, ha sido de curiosidad y aplauso. La razón es sencilla. En menos de 100 meses se han destapado tal cantidad de velos sobre los ornamentos nada castos de los sacerdotes de la Iglesia y se la ha colocado tantas veces ante la justicia reparadora de diferentes países que la valoración y la lectura de mi novela tiene ahora cara de efecto de comprobación de un texto premonitorio y no el de desprecio por un exagerado bochinche tulueño.