Por: Gustavo Alvarez Gardeazabal
Hace 38 años cuando el Ruiz estalló y causó la debacle, no existían los sismógrafos que hoy lo auscultan por docenas. Menos que estaban montadas las redes de alarmas que desde hace años garantizan a todos los vecinos de su área de influencia una evacuación inmediata.
En aquél entonces, cuando se vino el bataclán, los avisos sobre el estado de ánimo del volcán los daba una perra pastor alemán que tenían en el Refugio del Ruiz, al pie de donde comenzaba la nieve. Por supuesto estalló y todavía estamos esperando que alguien nos cuente las razones que tuvieron en el gobierno de Belisario Betancur para esconder los informes de alerta que daba el sismógrafo que Martinelli había instalado con la Cruz Roja Suiza en Murillo.
Pero en cambio, la tragedia ha permitido que el Servicio Geológico Colombiano instale toda clase de aparatos medidores de flujos volcánicos, de sismógrafos, de analizadores de gases, y que tenga acceso a un satélite que mida las variaciones térmicas del cráter.
Gracias a esos instrumentos y a un cuerpo de geólogos y científicos expertos que comanda un desgarbado de Pácora, graduado en volcanes y con nombre imposible de olvidar, Macario Londoño, durante los últimos 4 meses nos han tenido en vilo anunciando lo que desde la superficie de la tierra ellos han podido ir observando y detallando de la evolución interna y externa del volcán del Ruiz y explicándonos lo cerca que estuvimos de ser declarados en alerta roja, porque parece que el león dormido de Manizales estuvo a punto de botar la tapa y de dejar oir su rugido infernal.
Pasó lo que cada vez pasa más en esta modernidad en que vivimos. Nos acostumbramos a la rutina de los boletines extraordinarios, a las entrevistas en televisión de Macario explicando con habilidad de curtido comentarista de noticiero y como fuimos perdiendo el interés, nos tuvimos que convencer que el Ruiz, en esta oportunidad, nos mamó gallo y nada de lo que nos explicaron que podía pasar alcanzó a ser realidad.