Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Lo sucedido finalmente el domingo con Petro y Rodolfo parece más bien sacado de una foto de antaño, cuando el candidato presidencial lo escogía el arzobispo de Bogotá y primado de Colombia o el capítulo que le faltó a mi novela “La Misa ha terminado”, donde hasta la Basílica del Señor de los Milagros de Buga llega el papa Benedicto.

Fueron los dos, Petro y Rodolfo, quienes acudieron hasta el Vaticano a recibir la bendición papal o la orientación política del papa Bergoglio, peronista que ha sido y será hasta el final de su pontificado. A Petro le concedieron la entrevista en los milenarios salones de San Pedro en Roma, pero sin tomar fotografías ni hacer divulgaciones más allá de la escueta noticia.

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A Rodolfo y su esposa le dieron el mismo trato, pero le agregaron una ñapa pues los sentaron en sitio preferencial en la audiencia pública de los miércoles y, cuando era el momento de concluirla, el papa Francisco se acercó hasta donde estaba el candidato presidencial colombiano para saludarle y dejarse tomar la fotografía.

Ninguno de los dos, empero, explotó el alto significado religioso que eso pudiera tener y como nadie de los entornos de ambos se atribuyó el palancazo ante la curia vaticana si bien todos sospechamos que el embajador Eastman hizo la vuelta por Petro y los publicistas argentinos Hugo y Guillermo, (que acompañaron hasta esos días a Rodolfo desde antes de ser alcalde de Bucaramanga), debieron haberla hecho por su acendrado peronismo.

A nadie interesa saberlo porque el embajador no podrá ser ni siquiera regañado por el presidente Duque y a los dos geniales argentinos que le construyeron el pedestal a Rodolfo dizque los cambiaron por un tal Víctor López que asesoró a Bukele.

Pero para un país creyente en santos y en milagros ( aunque ya no en la Iglesia Gay), el hecho de que hayan sido los bendecidos por el papa Francisco quienes se disputen finalmente la presidencia de la nación tiene una trascendencia mayúscula y un significado que puede volver a destruir las murallas de Jericó o reinstaurar el poder de la Iglesia en los pasillos de la Casa de Nariño.

Y lo es, curiosamente, en momentos en que el descrédito y la sospecha inunda los comportamientos personales de los sacerdotes y el mismo Vaticano celebra un juicio por corrupción contra el cardenal Becciu, quien manejó entre otras las platas con las que salvaron la vida de la monja pastusa de los secuestradores islamistas en Malí.