Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Si de verdad el gobierno aparentemente reformista de Petro y Velázquez quiere solucionar el problema que representan el Inpec y la Policía para la seguridad ciudadana y el tranquilo desarrollo del nuevo país, deben hacerles correr la misma suerte que tuvieron en su momento el SIC y el DAS: liquidarlos y montar una Gendarmería Nacional, netamente civil y una Guardia Carcelaria, especializada y moderna.
La policía rebosa en medio de todos los problemas que ya le conocemos porque desde sus primeros niveles de formación los futuros policías salen apenas con un año de educación superficial híbrida entre militares y guardianes del orden. Pero también salen endeudados hasta el cogote por ese maldito tráfico de préstamos que facilitan a todos los estudiantes para que tengan celulares y computadores a credito.
De allí aparecen graduados de agentes del orden, pero buscando cómo pagar la deuda a tres años que han contraído y especializados en usar, para su beneficio y no para el ciudadano común, la autoridad que da el uniforme. Convertirlos en Gendarmería Nacional, desprovistos de arreos y funciones militares, y solamente en estrictos vigilantes y promotores del orden ciudadano, debe ser la meta del civilista exmagistrado Velásquez y del ex guerrillero Petro.
Con cambiar 30 generales de un tacazo y poner al frente de la Policía a un respetable rezandero que llena de los santos de su devoción las oficinas donde ha ejercido cargos, y que además ya predicó por la radio interna de la institución que ningún policía puede tener relaciones extramatrimoniales estables, no se va a arreglar el problema.
En el Inpec, el asunto es más fácil porque es más protuberante, pero tiene el mismo inicio viciado. Los dragoneantes del Inpec son o ex policías o ex soldados o ex guardias de seguridad privada que hacen tres meses de formación y usan descaradamente el uniforme para volverlo rentable, como se deduce, por ejemplo, del informe filtrado de la Procuraduría por la revista Semana sobre la miserable carnicería de la cárcel de Tuluá.
Estudiar a fondo las hojas de vida de cada aspirante. Volver anualizada la escuela de dragoneantes y dictarles cursos especializados en manejo de presos, transformaría definitivamente esa institución. Valdría quizás la pena que la singular pareja que hoy nos gobierna lo pensara así.