Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
En Colombia matan todos los días. En algunas ciudades matan mucho más que en otras. Ya Barranquilla, donde la matazón no había hecho nicho, ha tenido en las últimas semanas una que otra masacre de grupos humanos, casi siempre alrededor de un picó.
En Cartagena, donde las autoridades civiles y militares andan muy ocupadas persiguiendo a trabajadoras sexuales, el registro de muertos desde octubre es de más de 32 por mes. Faltaba que la cultura machista que se desbocó en la Costa y abruma sus ciudades turísticas donde antes el respeto y tolerancia imperaban, quiere arrasar con todo.
En Santa Marta, en un parque público, un grupo de animalistas había levantado un cambuche para que les sirviera de refugio a los gatos callejeros que allí o acá abundan. A ellos le llevaban agua y comida.
No he podido quien me diga en esa ciudad cuál era la metodología usada para brindarles refugio, pero todos a quienes pregunté dijeron haber sabido con antelación que ese cambuche era para darle posada a los gatos. Es decir, era de conocimiento público.
Pues bien como la muerte y la crueldad sigue siendo para sociedades machistas una herramienta de poder, y a veces hasta de vida, le echaron candela a los gatos encerrados en el refugio y los volvieron cenizas a todos. La revista Semana dijo que eran 50 gatos los achicharrados por la sevicia samaria.
Por donde se le mire es un estupidez que no honra a Santa Marta y mucho menos a sus gentes. El silencio de los dizque líderes de esa ciudad y la mirada con desdén de las autoridades indica muy a las claras que nadie en Santa Marta ( y pareciera que en la Costa…y acaso hasta en Colombia) ha asumido el tremendo significado y simbolismo que encierra tal acto de depravación y el menoscabo que le hacen a toda una región y a un pais.
Pedirles que rectifiquen es imposible, pero gritarles en el oído que piensen en el horroroso cagadon que cometieron es lo menos que podemos hacer los millones de colombianos que repudiamos ese acto macabro.