Desde hace rato que los caleños navegan en el proceloso mar que les ha tocado atravesar, imitando al barco ebrio de Rimbaud y no a la locomotora que a principios del siglo pasado pusieron a arrastrar el progreso desde Buenaventura hasta La Pintada.
Por alguna razón que los historiadores tendrán que averiguar, Cali perdió su carácter de capital del sur occidente del país y la misión dirigente, empresarial y geopolítica para conducir desde el Valle todo el conglomerado humano del viejo Caldas a Nariño, se quedó varada en los agonizantes salones de los clubes sociales o en las lánguidas titulaciones de las noticias.
Por estos días, cuando se ha sentido con fuerza el daño en la economía de muchas fábricas de Cali que se abastecen por la vía de Pasto a Popayán, ni lideraron una solución verraca y no de medias tintas para satisfacer contratistas, sino que se negaron a admitir que, como los barcos post-Panamá ya no arriman a Buenaventura, mucha de la materia prima que se maquila en las fábricas vallunas llega a los puertos ecuatorianos y se trae por tierra desde el país vecino.
Por supuesto nadie habla de exigir a la Sociedad Portuaria o al gobierno nacional que tumben la barra de la Bocana para que puedan entrar otra vez los grandes buques al puerto. Por el contrario, todavía insisten en el absurdo de hacer una carreterita de un solo carril entre Mulaló y Loboguerrero en vez de volver doble calzada la otra carretera estrecha de Yumbo a Mediacanoa para que empate con la autopista que va a Buenaventura desde Buga.
Obviamente tampoco les ha preocupado el impacto que causa en muchos negocios del Valle la caída del puente del Alambrado, ni mucho menos reconocer que esos 37 kilómetros entre La Paila y Armenia deben ser de doble calzada y que a los dueños de la Autopista del Café hay que financiarles su construcción porque los oligarcas pobres de Manizales solo quieren seguir botando plata en un aeropuerto imposible. No es entonces exageración decir que Cali navega sin brújula.