Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

He visto por estos días muchas fotografías de la atroz e imbécil guerra de Ucrania en que se observan a niños huérfanos o viudas adoloridas rodeando la tumba de su ser querido donde han sembrado un árbol.

Me conmueve hasta los tuétanos porque pertenezco a una familia con tradición y memoria arbórea. Cuando se ha presentado una nacimiento, un matrimonio o una muerte siempre hay un árbol que pretende recordarlo.

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Pese a tener mis ancestros paisas y por ende hacer parte de la civilización del hacha tumbamontes conque las gentes de Antioquia colonizaron medio país, mis padres coincidieron en dejar huella sembrando un árbol.

Aquí están en la finquita donde han quedado reducidas mis ilusiones y quereres, los samanes que el tio Ernesto, el tío neura, les regaló cuando nací.

Están viejos, curtidos de carachas, pero mayúsculos en su tamaño y su cobertura esperando que no les vaya a dar en el futuro por cortarlos porque más temprano que tarde ampliarán la carretera. Pero también está en pie todavía un pino que mi padre hizo sembrar para que sus restos descansaran allí y no en un cementerio.

Todo es añorante y puede hasta resultar siendo una costumbre boba. Sin embargo si se impusiera por decreto ,sobre todo en las grandes ciudades, de que por cada muerto enterrado se sembrara un árbol en determinados parques, volveríamos a la costumbre de permitir bosques dentro de la estulticia de las selvas de ladrillo y cemento con que los humanos han reemplazado el paisaje.

Por supuesto para ello se necesitaría que tuviéramos gobernantes con criterios verdes y no solamente antiextractivistas. Volvería el verde a espacios cerrados, como se usó en la arquitectura de los siglos 18 y 19 en París, New York y otras capitales hasta Bogotá, pero que claudicó en los otros recintos urbanos con la locura de encementar espacios o pavimentar caminos.

Tal vez si imponemos esa costumbre y le rendimos homenaje a la muerte, como en Ucrania, sembrando un árbol en los bosques municipales establecidos por decreto para cada cremación, hasta dejaríamos de matarnos.