Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Es probable que la insensibilidad que ha traído la globalización de las costumbres se haya apoderado del país. O quizás que, como hemos tenido tantos muertos violentos, nos cansamos de registrarlos.
Hace unas semanas, a finales de junio, murieron de manera dramática 60 reclusos asesinados en la cárcel de Tuluá, pero como eran presos y la cultura judeocristiana que nos inculcaron les dio trato minimizante a todo aquél que sea prisionero, a muy pocos conmovió esa miserable masacre dizque ordenada desde otras cárceles y auspiciada por la torpeza venal del Inpec.
Esta semana, y casi como noticia perdida en las páginas de los diarios y repetida apenas con sordina por las redes, se vió el dantesco espectáculo de una volqueta vaciando, como si fuese un viaje de arena, una montonera de cadáveres y dejándolos ahí a la vista de un país insensible, de un gobernante inconmovible y de unos medios oligarquizados, pero recordándonos antes los ojos del mundo que la guerra volvió a comenzar en Colombia, aunque esta vez entre las fuerzas guerrilleras que no firmaron la paz y ya no por el poder político o el interés de derrocar al gobierno bogotano, sino por el dominio sobre el mercado de la coca y la producción de cocaína.
La imagen es bochornosa y debería aporrear a todo un país y repetirse viralmente en redes. Pero si para el grueso del público colombiano un preso es despreciable, y si lo matan no hay por qué protestar, un guerrillero ha terminado por ser tan poca cosa que la volquetada abrumadora de los muertos en combate con otra guerrilla, poco o nada toca las fibras y más bien da la salida a olvidarse del verdadero problema en que hemos caído: la Guerra de la Coca.
Igual a como el imperio británico hizo resbalar la sabiduría china con la Guerra del Opio, los gringos y los mexicanos que comercian e intermedian el producido de las 250 mil hectáreas sembradas de coca en Colombia, nos precipitan en una guerra atroz, que por lo menos debería darnos vergüenza y tocar el orgullo patrio. Nada. Es más rentable guardar silencio. La guerra no dizque es nuestra. El problema de la cocaína tampoco. Es de los gringos periqueros.