Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Aunque en Bogotá ni cuenta se hayan dado. Aunque en Barranquilla crean que es otra guevonada de cachacos. Aunque en Popayán sea una algazara más, en el norte del Cauca sigue creciendo desproporcionadamente la tensión entre indios y negros.

A lo largo de la semana, las escaramuzas se dieron en el sector de Alto del Palo en Caloto, pero ellas no son las únicas que han venido presentándose y que seguirán en todas las fincas y carreteras donde los trabajadores negros de los ingenios azucareros ven amenazado su futuro por las invasiones programadas y azuzadas de indios caucanos, algunos paeces, otros guambianos contra los latifundios cañicultores.

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En otras palabras, los negros se cansaron de ver invadir las tierras de otros donde les dan trabajo y les han garantizado una vivienda digna y un porvenir cerca de salud y educación. Ellos no pelean por el derecho de propiedad de la tierra, que es de los blancos . Pelean por el sustento que esas tierras, cultivadas en su gran mayoría de caña de azúcar les han dado por generaciones y alrededor de las cuales han ido construyendo y progresando sus viviendas , sus hogares y sus pueblos.

Los indios, convencidos que ellos llegaron primero que los blancos españoles que colonizaron las feraces tierras del valle geográfico del río Cauca, reclaman que lo que les quitaron los ibéricos hacen más de 400 años les sea devuelto para así poder pagar una deuda histórica.

Pero, en el fondo, la disputa no es tanto por una tierra en donde no tienen cómo financiar sus cultivos y condenarán a disminuir o empobrecerle la producción, sino por el régimen de privilegios que el sancocho de la Constitución del 91 les entregó a todos los pueblos indígenas y que les permite ser una nación dentro la otra que es Colombia, con leyes y justicias diferentes.

Los negros, que llegaron traídos por los españoles, a reemplazar a los indios luego que persiguieron, mataron y trataron de aniquilarlos, no pelean por la madre tierra, pelean como negros por el trabajo y el sustento que les dan esas tierras,o las minas de oro aledañas a la cordillera occidental,donde se han asentado mayoritariamente.

A ellos no les importa quién sea el propietario o quien las explote. Quieren trabajar, Evitar un enfrentamiento mayor es obligación de los gobernantes. Impedir que los bandos en conflicto consigan apoyo de los terratenientes o de los dueños del comercio de la coca o la minería ilegal, o de las agrupaciones alzadas en armas que controlan territorios y negocios, se hace imperante para quienes desde el canciller Leiva hasta el padre De Roux pregonan la paz. Colombia no resiste otra guerra fratricida más.