Una de las ilusiones de los niños de mi remota infancia era tener una bicicleta. Mi padre nunca me llenó esa satisfacción. Le parecía degradante para las ambiciones que tenía conmigo que yo me perrateara encima de una Monark. Los Peláez Vallejo, mis vecinos de toda la infancia y la adolescencia, debían tenerme pesar porque cuando me quedaba viéndolos, me prestaban las suyas.
Por supuesto fueron ellos quienes me enseñaron a montar en los corredores de la vieja casona de Sajonia. Pero jamás tuve cicla, ni siquiera cuando trabajé y pude comprarla. Tampoco he podido dejar de agradecerles aquel gesto generoso y, cuando en la vejez le arrebató bocanadas de tiempo a mis lecturas y dejó de garrapatear mis escritos para ver las competencias de ciclismo, pienso en la bicicleta de los Peláez.
Como me formé leyendo periódicos tuve desde mucho antes de ser adolescente, un cuaderno Norma con recortes de periódico pegados en sus hojas de ciclistas y clasificaciones de los tiempos del Zipa Forero, José Beyaert y Ramón Hoyos. Hoy el internet, la televisión y los programas especializados del youtube me permiten ver lo que antaño tenía que imaginar oyendo por la radio a Carlos Arturo Rueda y a Julio Arrastía.
Por eso me pude dar el lujo de seguir todas las mañanas de la semana anterior las etapas de la Vuelta a Cataluña y vibrar con inmensa satisfacción de ver corriendo con el mismo vigor de cuando fue campeón a Nairo Quintana o estar pendiente de cada pedalazo cuando el chiquitín antioqueño de Sergio Higuita se voló con Carapaz, el ecuatoriano campeón olímpico y ambos coronaron la etapa sin ser alcanzados en 133 kilómetros.
Hoy hay muchos ciclistas y muy buenos.Los eslovenos tiene copados los laureles pero como no compitieron en la vuelta al país catalán, el triunfo final de Higuita aunque huele a carrera de consolación muestra que ciclistas tan buenos y admirables como él deben ser muchos más y que vendrán detrás de la huella de fenómenos como Egan Bernal, quien esa misma mañana del domingo triunfal en Barcelona volvió increíblemente a montar en bicicleta en las carreteras de Cundinamarca, solo 70 días después de haberse vuelto trizas en un accidente mientras entrenaba.
No se cuantos lectores y oyentes míos tengan una afición como la que hoy balbuceo aquí, pero me excusarán todos por asomarme añorante al balcón de mis recuerdos para compartirles abusivamente el orgullo que siento de ser un colombiano agradecido con la vida y con la patria y con quienes nos hacen sentir compatriotas.