Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Las cifras entregadas esta semana sobre los campesinos colombianos le demuestran a quienes legislan desde los escritorios bogotanos que la realidad es muy distinta a la que ellos manejan teóricamente. En el campo parecería que solo se quedaron los abuelos.

Los muchachos hace tiempo que adoptaron como meta irse a la ciudades. Si el 90.2% de la población trabajadora campesina es de mayores de 40 años y el 45.8% es de mayores de 60 es porque el país se acostumbró a importar todo lo que come y el campo no es negocio ni porvenir para los jóvenes. Eso lo sabemos quienes hemos vivido tantos años en el campo y cada vez se nos hace más difícil conseguir mano de obra.

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El alejamiento de las posibilidades de salud, educación y diversión para la masa campesina, obliga a los hijos de los trabajadores del campo a emigrar a los centros poblados. Eso lo saben muy bien los cafeteros que desde hace más de 70 años le abrieron las posibilidades de educación a las familias cultivadoras de café y lo que lograron con sus muy bien dotadas concentraciones escolares fue espantar a los muchachos de la finca y cada vez más irlas dejando en manos de los abuelos.

No han desaparecido del todo los habitantes del extenso y variado campo colombiano porque la moto reemplazó a la mula y cada vez son más los trabajadores de esa otra Colombia que pueden ir y venir en el día de la ciudad al trabajo en la tierra y no alejarse de las posibilidades que brinda vivir en un centro poblado. Tacan burro entonces quienes creen que el problema de Colombia para producir alimentos se arregla con una reforma agraria que reparta tierras. El problema no es solo de propiedad, es de calidad de la vida campesina.

El esfuerzo que muchos departamentos hicieron para llevar salud y educación al campesino debería reforzarse entonces. La promoción del trabajo y el nivel del salario produciendo alimentos debe ser un gancho y no un castigo para los que no pudieron estudiar.

Las metodologías modernas como el internet ayudarían a corregir ese desequilibrio, pero así no piensan ni en la Federación de Cafeteros ni en los cerebros de los populistas citadinos.