Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Gustavo Tatis Guerra es, hoy por hoy, y ante la ausencia frágil de su coterráneo Juan Gossaín, el mejor cronista que tiene el periodismo colombiano.
Desde hace años, sin tener que subirse a los pedestales de la gloria efímera que los bogotanos le dan como migajas a los periodistas cartageneros, Tatis se ha ido encaramando por calidad, solvencia y sobre todo por la poesía que parece brotar de las parrafadas que escribe.
Hay dos libros suyos de los últimos años que han permitido conocer los vericuetos e intimidades de dos personajones que tuvo la Costa, y de los cuales Colombia entera se enorgulleció, Alejandro Obregón y Lucho Bermúdez.
Escritos ambos como biografías, pero impactantes en los lectores como crónicas al infinito, nos han permitido al resto de colombianos que solo nos atragantamos de los titulares mitificadores de la prensa bogotana, conocer el mundo de ese par de artistas de oficios opuestos, de orígenes sociales extremos.
Empero no es la facilidad y disciplina investigativas de las que hace gala Tatis lo que captura lectores por millares desde sus crónicas en las páginas de El Universal, donde escribe casi a diario como lo hizo alguna vez García Márquez, quizás sentado en el mismo escritorio de la redacción del periódico cartagenero.
Tatis Guerra es pegajoso porque su narrativa está impregnada de poesía. Sus frases surgen no con la fuerza del volcán del Ruiz sino con la suavidad y misterio del volcán de lodo del Totumo. Ellas, gracias al manejo impecable del idioma, rinden tributo a la capacidad cuentera de las sabanas costeñas de donde es oriundo y se tornan en inolvidables para quien las lea.
Por estos días, Tatis Guerra anda por Cali deleitando con su hablar cantarino como parte de los preludios del Festival de Poesía que organiza la Secretaría de Cultura.
No debiendo ir hasta los recintos donde habla, espero verlo sentado frente a un plato del guiso tulueño que todavía nos cocina Rosalba.