Gardeazabal

Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL

Pareciera que el mundo, y Colombia, hubiesen entrado en el post covid con un síndrome creciente de terquedad y, lo que es peor, sin sonrojarse de lo que dicen o hacen, poniendo cara de serios y aconductados.

La terquedad de los dirigentes mundiales en no entender a Putin en los últimos 25 años es igual a la necedad de no haber querido leer todos los libros sobre su misteriosa pero siempre repetida existencia.

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Desde cuando se levantó la censura comunista luego de la caída de la Unión Soviética, averiguar sobre la vida de Rusia y de sus dirigentes resultó muy fácil. Pero, tercamente, nadie creyó que el nuevo zar ruso acumulaba dinero en sus arcas privadas como los grandes sátrapas de la historia antigua, ni que era un insistente forjador de la noción de la Gran Rusia, como lo hizo Catalina la Grande y como sin duda alguna lo logró el cruel Stalin con su Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.

Pero no solo son tercos y desvergonzados los que ven a Putin desde lejos. Él lo es más. Su insistencia machacona en hacerle creer al mundo que ha comenzado la guerra de Ucrania porque la Otan y Occidente lo ahogaron contra sus propias fronteras, es casi inaudito. Lo dice como si estuviera rezando fervorosamente el rosario y no diciendo el sartal de mentiras.

Y ni qué decir de los jerarcas de Europa y Estados Unidos, desde la Merkel hasta Trump, desde la anciana reina Isabel hasta el chuchumeco de Biden que disimulan su incapacidad de saber leer la realidad con actitudes dieciochescas de lo anticuadas y tercas que resultan. Seguir creyendo que a Rusia se la frena con medidas económicas es igual a la tozudez del zar de las estepas de hacer una guerra como la de 1914.

En Colombia no estamos muy lejos, las caras de desvergonzados que ponen para decir sus mentiras o para aceptar sus duras equivocaciones como actos de inteligencia suprema, las tenemos casi semanalmente con el Registrador y el Ministro de Defensa. No se ruborizan para inventar. Y ambos actuando así, nos llevan a un enfrentamiento imbécil y al reino de la crueldad que creíamos haber superado.

Y ni qué decir de la terquedad antioqueña de seguir con Hidroituango así no quepan las aguas invernales del crecido Cauca por el frágil vertedero. O la inmarcesible actitud repetida de Barranquilla en querer a toda costa ser puerto de mar con un Magdalena sobrecargado de toneladas de tierra o la de Manizales en creer que el aeropuerto de Palestina es para que lleguen aviones y no para que entierren la plata pendejamente. Y, lo más grave, es que casi todas esas burradas las ha apoyado y seguirá patrocinando el señor Duque, en el colmo de los colmos, sin ponerse colorado ni perder un kilo de su cada vez más voluminoso sentadero.