Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
Quizás porque el mundo estaba mirando para otro lado, preocupado por el desarrollo lento pero muy cruel de la guerra de Rusia contra Ucrania y, aquí en Colombia, porque estábamos en vísperas del debate electoral, pocas bolas le pararon a la posesión del nuevo presidente de Chile, el izquierdista Gabriel Boric. Y como a ese acto no acudió el presidente Duque, a Santiago no llegó la tradicional comitiva de camarógrafos y testigos que lo siguen como cuadrilla de mastines, porque todos habían estado el día anterior en la entrevista que el presidente Biden se dignó brindarle en la Casa Blanca, los colombianos nos perdimos de la representación informativa de una velada infantil en donde al personaje central se le vió tan azarado y enredado que finalmente pasó de causar tanta risa, repitiendo actitudes inapropiadas, que terminó por ser compadecido .
El señor Boric, con su cara de muchacho genio recién graduado, apareció en las pantallas de la tv chilena posesionándose con un saco que parecía alquilado, sin corbata y con una cara de susto que lo hacía ver más infantil de lo que parece. Cuando se juramentó, como es chaparrito y su mujer es más alta, el trataba de sacar pecho para coger estatura pero rápidamente se deformaba. Apenas le pusieron la banda presidencial, comenzó la tragedia. No se la podía acomodar. No le quedaba grande, pero se le caía de un hombro y el broche estrella que la unía alrededor de la cadera o le chuzaba o le estorbaba al recorrer los pasillos para entrar a La Moneda y cada medio minuto estaba corrigiendo la falla mirando más hacia la estrella que al público o a la escuálida guardia militar que le hizo el recibimiento.
A su izquierda iba una señora igual de alta que su esposa, vestida toda de blanco, con una diadema de princesa rapanui con plumas polinesias. Era la presidente de la Asamblea Constituyente pero más parecía una hada madrina de los cuentos de terror. Y cuando los músicos de la banda tocaron las notas marciales y él comenzó a marchar, fue Troya. Boric no sabía qué hacer con las manos. Unas veces cogía con la derecha la mano de su esposa y con la izquierda la estrella estorbosa de la banda. Otras, en plena marcha militar, se las cruzaba atrás,en la espalda, y como es manicortico, se le hacía más visible que estaba totalmente encartado con ellas.
Un rato más tarde, cuando terminó el discurso desde el balcón a la plaza, donde no mucha gente le escuchaba, debió haberse dado cuenta que usó el tono oratorio inapropiado al leerlo y que lo que se echó fue un discurso de campaña, no uno de jefe de estado.
Al concluir la velada, la cámara interior que transmitía su rostro cuando se alejó del balcón lo mostró resoplando por su boquita enmarcada en una cara de angustia, como si hubiese terminado una hazaña. Todo eso fue apenas empezando. Me temo que Boric, el niño presidente, cree que la presidencia que le han entregado es un juguete.