Por: GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL
En todos los rincones de Cali reina la zozobra. En la otrora vigorosa Avenida Sexta del norte de la ciudad, como en el Manuela Beltrán del Distrito de Aguablanca es lo mismo.
Hay temor, hay pánico, hay prevención latente en el parque de Los Gatos a orillas del río Cali o en inmediaciones del Único en Salomia. Todos temen en la capital del Valle ser víctimas de los atracadores. Siete de cada diez personas interrogadas tienen alguna historia que contar sobre robos o atracos, sobre despojos miserables o sobre disparos que muchas veces han herido a quien los cuenta. Hay otros, cada vez más, que ya no pueden hacerlo, murieron en el acto por rechazar el raponazo del celular o el tumbis del reloj o el robo miserable de su moto o de su carro.
Los semáforos, que finalmente fueron restituídos después de los amotinamientos del Paro del 2021, son los sitios más inseguros de las calles. Allí siempre se tiene la posibilidad de estar esperando no que la luz cambie a verde sino que llegue el bandido, pistola en mano, a exigirle la entrega de lo que se lleve en el asiento del pasajero, o del celular que está en la cartera o de la vida si lo rechaza con furia o intenta evitarlo.
Eso pasa porque en Cali las autoridades legítimamente constituidas fueron perdiendo el control de la ciudad y se los fueron dejando a las bandas. Y las bandas abundan no porque son pocos los que denuncian esos atracos sino porque son ellas las que se tomaron a Cali, las que mandan en la ciudad.
El alcalde, angustiado, me lo reconoció en un diálogo telefónico. Pero es que no son solamente las bandas de atracadores y sicarios los que dominan a Cali. Son las otrora instituciones y asociaciones de bien las que se convirtieron en entidades que actúan igual que las bandas. Todos quieren imponer su dominio a su manera, irrespetando al que pretende ordenar la ciudad o sus actividades, exigiendo sobornos o pagando coimas.
La extorsión que antes era por dinero, ahora se ha vuelto una costumbre para conseguir las prebendas o hasta para hacer respetar los derechos adquiridos. Todos parecen actuar bajo la ley de la amenaza, de no dejar pasar si no se consigue lo buscado. Es el síndrome de la barricada. Parecería que un monstruo dormido despertó en la ciudad y ha contagiado a todos.
De ese Cali cívico y solidario, de ese Cali donde Pardo Llada nos enseñó a hacer filas en los paraderos, donde los curas y los locutores terminaron convocando, orientando y liderando la ciudad para la senda del respeto y la esperanza no ha quedado nada. Solo quedan bandas, que lo manejan todo. Y lo peor es que no hay una banda que domine a las otras. Como tampoco hay quien asuma la bandera de la recuperación de la ciudad. Nadie cree en nadie. Cali está vacunada contra los liderazgos. Solo se acepta el terror de la zozobra .