Manos unidas de papá y sus nietas en su despedida
—¡Te quiero mucho y te extrañaré tanto!— dijo la primogénita
—“Avi”, una cosa más,—¿te sientes orgulloso de mi?
—Sí, sí, sí, claro que me siento orgulloso de ti.
—Gracias “Avi”, yo también te echaré de menos.
Seguidamente sus nietos postizos, los hijos de mi marido. Ellos estuvieron muy presentes en su vida. “Avi Gabi” le llamaban; la mayor le recordaba a papá como le ayudaba con sus deberes de matemáticas. Mi padre siempre había sido muy bueno con los números, en sus tiempos mozos ganó más de un concurso de cálculo mental.
El más pequeño recordaba cómo construía su propia escalera con cojines y subiendo a la mesa de billar, saltaba al suelo a modo de piscina. Las carcajadas al visualizar como lo cogían en el aire antes de que aterrizara contra el suelo, se escucharon contagiándonos y rompiendo el silencio por unos instantes.
Llegó el momento de Adna. La pena que sentía por dentro y que guardaba bajo llave la mantuvo inerte en ese instante. Opinaba que papá era una persona muy estricta y le causaba mucho respecto, incluso miedo en muchas ocasiones. No fue fácil la vida con él, no se sintió apoyada. Ese respeto la persiguió siempre. No fue capaz de expresarlo ni tan siquiera en esta ocasión. Apenas pudo hablar con él, fue papá el que le dijo que estaba orgulloso de ella, que fuera feliz y que la quería. Palabras que, aunque resulte duro, no calaron su ser.
Papá le pidió perdón, pero Adna siente que no ha perdonado y la pena la invade en muchas ocasiones, incluso hoy en día. Nunca se sintió querida. Sí recuerda que nos preparaba el desayuno y nos despertaba, pero le faltó el contacto, el abrazo, el consejo, la mano que te guía. Su extraña manera de profesar amor no fue el que ella necesitaba. Se ha ido sin recibir ese abrazo que tanto anhelo. Siente tristeza. Siente que el amor que el cultivaba, no era el amor que un hijo necesita. Continuará