La despedida silenciosa de mamá

Mamá, le dijo:
—¿Estás seguro de lo que quieres hacer? Ajena a que él no había tomado la decisión de marcharse. Decide tú, pero seguiré a tu lado cuidándote si decides quedarte.
—Yo no quiero darte más trabajo, te veo agotada y me niego a regresar al hospital, así que, sí, la decisión está tomada.
—A mí, no me das trabajo, si fuese yo la que está en tu lugar, ¿ me cuidarías?
—Claro—, respondió.

Esa fue su conversación, no hubo más. Los dos se debían muchas explicaciones, se debían perdones, se debían amores, se debían años de soledad, se debían mucho, pero ninguno cedió. Se limitaron a acariciarse las manos y profesarse pequeños besos fugaces mirándose a lo ojos, como en un intento de hablarse sin hablar. Como si esos silencios fuesen a sanar el dolor que ambos sentían.

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Mi padre sabía que no había hecho las cosas bien, pero ya nada se podía hacer. Lo hecho, hecho estaba y no había marcha atrás.

Dormir para siempre

Puntuales a su cita, aparecieron los médicos de paliativos, en este caso solo dos. Eran las seis en punto de la tarde. Se acercaron a papá. Quisieron hacernos salir del salón, pero nadie se movió. Papá les decía a los médicos que si podían esperar un poquito más.

La respuesta fue tajante:
—No Gabriel, no podemos esperar. Pero me dijisteis…, balbuceaba, no sé porqué puse fecha, no me quiero marchar, ahora no.

—Tu no pusiste fecha Gabriel, te lo hicimos creer para que pudieses despedirte de los tuyos, no has mejorado, tu corazón y tus pulmones están muy dañados, tus órganos pueden fallar en cualquier momento. Podemos evitar un desenlace dañino para ti y los tuyos. Vamos, te llevaremos a tu cama.

A partir de aquí sientes que se acerca el final, el desaliento y el quebranto se pegan a ti sin posibilidad de alejarlos.

Los recuerdos pasan por tu cabeza en un segundo, se proyectan en tu mente imágenes de toda una vida a gran velocidad, te planteas muchos porqués, te preguntas si te has dejado algo por decir, te culpas por no haber querido, por no haber hablado, te culpas, te culpas, te arrepientes…. Te desesperas.

El traslado a su habitación fue lentamente aplastante. Cada paso que daban con él en sus brazos irradiaba un trozo de una vida que ahora se fundía entre sollozos y suplicas. Unos pasos agónicos que lo acercaban a su última escena.
Continuará