Ya aposentado en su cama, me acerqué a él, le besé en la frente y le dije:
—Nos encontraremos de nuevo papito, estoy segura. Te quiero, y salí de la habitación.

Lo cambiaron de ropa y lo acomodaron en su cama, la misma que hacia meses no podía disfrutar. Mi madre estaba junto a él, sostenía una de sus manos. A su vez en la otra mano comenzaba a penetrar en sus venas el líquido que lo dormiría plácidamente a él y a su dolor.

Sus ojos se iban cerrando poco a poco, ante su propia contienda. Esa pugna consigo mismo y contra esa sensación de somnolencia que se apoderaba de él. Sus ojos finalmente se cerraron y se sumió en un sueño forzado, seguía respirando con dificultad. Extrajeron la máscara y dejaron que fuese su propio cuerpo ahora sí, el que decidiese cuando partir.

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El sonido de las máquinas cesó, el silencio imperó.

Cuando cerro los ojos, mamá pidió quedarse a solas con él, se merecían la despedida. Mi madre con sus rencores, mi padre con su orgullo y ambos unidos ahora por la muerte que se acercaba sigilosa a papá.

—Si alguna vez te hice daño Gabriel, perdóname, yo te perdono a ti porque sé que no supiste hacerlo mejor. Márchate en paz, ya todo está sanado. Cerró los ojos, contrajo suavemente sus labios, apoyó su cabeza junto a él y se acurrucó. El dolor que reflejaba su rostro me recordó la delicada y desgarradora expresión del rostro de La Piedad de Miguel Ángel.

Una vez dormido el dolor desaparece, pero perciben estímulos y escuchan sonidos. Las pautas de la sedación eran intermitentes, mi hermana Bella era la encargada de suministrarla a través de la vía siguiendo las pautas que le encomendaron los médicos.

Ya todo está llegando a su fin, ahora solo cabía esperar que su corazón se detuviese y abandonara su cuerpo para concluir que ya se había marchado y comenzar el luto que se uniría al de nuestro hermano, el que tuvimos que abandonar para ocuparnos de papá. Un doble duelo. Y piensas «¿Como serán los días a partir de ahora?, ¿como reaccionarán nuestros cuerpos y nuestras mentes?, ¿como se vive un doble duelo?, ¿qué sentiremos?, ¿acaso, desesperanza?, ¿acaso, alivio y descanso por el esfuerzo? ¿acaso, tristeza, desasosiego?»

Pero su cuerpo y su mente se negaban a desprenderse el uno del otro, seguía intentando aferrarse a la vida, una vida que ya no le pertenecía. Los movimientos eran cada vez más perceptibles y las dosis de medicación fueron aumentando.

Y fueron pasando las horas, nadie durmió, entraban en la habitación por turnos para estar a su lado. Yo no fui capaz de volver a entrar, lo miraba a distancia apoyada en el quicio de la puerta, solo alcanzaba a ver sus pies. Ya me había despedido de él, no podía verlo allí tumbado, inmóvil, escuálido, indefenso. No tuve valor, ¿fui una cobarde? Sí, sin duda lo fui.

Y amaneció de nuevo y con él un nuevo día, otra dosis de angustia y pesar. Resultaba espeluznante acercarse a él continuamente para comprobar si respiraba todavía, esperas el momento, crees que lo tienes asumido, pero no.

Ya entrada la tarde, su corazón se paró.
Mi padre falleció el 2 de febrero de 2020, dos años después, presenté mi primer libro “Cuando la Vida Duele” el pasado 2 de febrero de 2022.  Continuará