Las despedidas se sucedían una tras otra, las bondades, las loas a papá eran inacabables. Miraba con extrañeza, incrédula, quería entender lo que escuchaba.

Finalmente nos sentamos frente a él. Mi hermana le sujetaba la mano izquierda y yo le sujetaba la derecha. Bella habló en primer lugar, no podía demorarse, pero un nudo en su garganta se lo impedía; solté la mano de mi padre y la acaricié.

—Ya está mi niña, tranquila, él estará bien.

Anuncio

Y agradeció a mi padre que hubiese estado a su lado siempre, que le hubiese transmitido tanto amor, que fuese tan buena persona, y lamentaba que hubiese sufrido tanto y que la vida lo hubiese tratado tan injustamente. Le agradeció por ocuparse de ella y de su hija, le decía que lo echaría mucho de menos y que la vida sin él, no sería lo mismo.

Mi padre la miraba con ojos llorosos y le agradecía a su vez todo lo que estaba haciendo y había hecho por él. Soltó mi mano, para ahora acariciarla él. Mi padre le pidió perdón por no haber podido hacerlo mejor, igual que hizo con todos y cada uno de los que se acercaron a despedirse de él. Volvió a coger mi mano.

Francamente, no daba crédito a lo que escuchaba. Yo jamás tuve esa percepción de mi padre sobre mí. Jamás la sentí. ¿Era yo la extraña? ¿Por qué todas las conversaciones que pude escuchar en esos días resonaban en mí ajenas e incomprensibles?, hasta inadmisibles, diría yo. No conocía a esa persona a la que alababan, nunca sentí en carne propia esa bondad de mi padre a la que tanto ensalzaban.

Mi madre, Adna y yo, nunca pudimos sentir ese amor hasta ese momento. Y a mi hermano…, a mi hermano, ya no se lo podré preguntar. Tan solo Bella sintió y disfrutó ese amor, la pequeña de la casa, la niña de sus ojos.

Llegó mi turno. Apenas media hora, la misma que se estableció para el resto. Con mis dos manos sujeté con dulzura la suya, le miré a los ojos y le dije:

¿Por qué?
¿Por qué no me quisiste papá?
¿Por qué no puedo expresar yo, lo que sienten los demás por ti?
¿Por qué no puedo adorarte como ellos?
¿Por qué nunca te sentí?
¿Por qué me dejaste sola?

Las preguntas se amontonaban en mi cabeza y salieron de mi boca disparadas sin control. Una sensación de mareo me sobrevino.
Tomó una bocanada de oxígeno, levantó la máscara y respondió a todas ellas con un:
—Siempre pensé que me repudiabas como padre.

Mis ojos se encharcaron, me quedé sin aliento y las lágrimas no me dejaban continuar. No podía dar crédito a las palabras que perforaban mis oídos, creí morir en ese instante, incluso antes que él.    Continuará…