Por: PEDRO PABLO AGUILERA G.
La política es un ejercicio de desgaste. El gobierno es consciente que cada día sufre erosión política cuando no cumple o satisface algo que prometió en campaña.
Cada postergación o reorientación de compromisos afectan el capital político de quién tiene el poder. Tener contentos a todos es imposible.
Eso es lo que pasa en este pacto complejo, entre las izquierdas y la clase política tradicional donde prima un todo vale. Las mayorías logradas entre la euforia y la sagacidad tiene puntos débiles que ya hemos visto desde la misma campaña hasta hoy.
Los descontentos aparecen y se olvidan para volver a aparecer de vez en vez en un pacto coyuntura pero no unitario y menos aún con disciplina centralista al estilo leninista. Filtraciones de videos, declaraciones con desmentidos, reclamos a nombramientos, reproches a reuniones incumplidas y egos encontrados son una historia común en estos meses.
Todo esto son los precios del poder de quienes están en el poder o los círculos más , como siempre ha ocurrido desdelos tiempos de las cortes de los faraones.
Desde los conflictos de la lista cerrada en donde se incumplió la posición de los afros; las disputas palaciegas entre Roy y Benedetti; Bolívar con Prada; las escaramuzas de liberales y conservadores por más cuotas y control de ministerios a cambio de apoyos a la tributaria son algunas de batallitas de desgastes internos que ahora encuentran en el debate de la reforma política con el artículo 262 otro choque de fuego amigo.
Verdes y el bloque duro del Pacto están enfrentados por un cambio en la mirada de la representación política, alianzas y defensa de grupos minoritarios ante la reforma política. Lo que fuera defendido por el propio hoy presidente cuando fuera senador, y es la base del poder hoy, se plantea eliminar.
Y es que el grupo duro del pacto, la pura sangre, ya han demostrado la posibilidad de la cohabitación entre clases políticas tradicionales y la izquierda. Aquella alianza impensable es un hecho en el Consejo de ministros. Los grupos minoritarios de centroizquierda que fueran amalgama en la unidad victoriosa ya no son decisivos y ven como son marginados o diluidos en el futuro mapa político nacional.
La política tradicional y la izquierda reformista en el poder se han entendido y se unen. El centro es anulado y mientras no se defina como centro real, mientras no convenza a un electorado degustador de los autoritarismos, nada pasará. La política es pragmática.