KICO BECERRA

Cuando vemos las desgarradoras escenas de los 50 mil muertos por el terremoto de Turquía y Siria, la forma cómo, los sobrevivientes atónitos aceptan esa terrible realidad y, en su dolor, agradecen el estar vivos; es el momento de reflexionar sobre la realidad de la muerte.

«Empezamos a morir desde el día en que nacimos»; «nacimos para morir»; «para morir basta con estar vivos», son frases recurrentes que decimos, cuando nos enfrentamos con esa realidad.

Nuestra cultura occidental se ha propuesto esconder la muerte. Se tapan los ataúdes en las funerarias, no se llevan los niños a los entierros y muchos adultos confiesan su temor a ir a ceremonias fúnebres, como si de esta forma se escaparan de ella.

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Toda la historia de la humanidad gira en el afán del hombre para entender la muerte. Todas las culturas han tenido ritos funerarios; alguna vez leí que, el orgullo de la raza humana la ha llevado a crear y creer en la inmortalidad y, por eso, todas las religiones versan sobre qué pasa después de morir: ¿Reencarnación?; ¿Resurrección?; ¿Trascender a otro plano espiritual?

Lo único cierto es que nadie sabe qué pasa después de morir.

Cuando se es joven, la muerte es muy lejana y le puede pasar a otros. Cuando pasan los años y hemos visto morir tanta gente, entendemos que está detrás de la puerta; esperando para darnos el susto.

La seguridad de que moriremos, pocas veces se conversa abiertamente. Muchas veces hacemos bromas sobre ella y sobre a quién se va a llevar primero; contadas veces, seriamente, hablamos de ella, como a diario lo hacemos sobre la vida.

Morir es tan natural como despertar diariamente. La diferencia es que el que no despierta no sentirá el vacío que deja; lo sentirán sus allegados.

Bien me dijo un amigo moribundo: «A veces lloro, no porque me vaya a morir, sino por el dolor que le causaré a mi familia».

Es inevitable el dolor que nos causa una pérdida, especialmente de un ser amado; pero, es una desgracia inevitable y debemos aceptarlo así; es consustancial con nuestra naturaleza humana.

Tal vez una de las causas por la cual las nuevas generaciones se convirtieron en débiles, para afrontar muchas realidades de la vida, es porque se les ha ocultado la verdad de la muerte; no la ven sino en películas y noticias lejanas. Las generaciones que padecieron de cerca la guerra generalizada, son más fuertes y decididas, por eso valoran la paz.

Me gusta mucho el vuelco que han dado algunos funerales que, buscan celebrar la vida de los que se van; me parecen vacíos aquellos en que nadie puede expresar sus vivencias con el difunto y se convierten en un acto litúrgico más.

Los ritos frente a los muertos lo practican incluso algunos animales. El de los elefantes es muy interesante; incluso, vuelven a visitar el lugar donde están los huesos de los muertos.

«Morir es nada», se titula un extraordinario libro de Pepe Rodríguez y es una incuestionable realidad.

Quienes creen en Dios o en Dioses, tienen una gran ventaja, sobre los no creyentes, en el momento de enfrentarse con la muerte. Para los ateos, morir simplemente es morir; para los creyentes es ir a gozar de Dios o reencarnar en otro ser; un paso más de la vida, frente al último paso, de los ateos.

Ñapa: Quienes piensen que este susurro es porque estoy pensando viajar para el otro lado pronto, desengáñense, los quiero joder un tiempo más; aunque, nunca se supo, dijo la boba preñada.