Me tocó recular respecto a mis duros comentarios sobre los veteranos que andan pegados a los celulares; he comentado punitivamente sobre lo insoportables que son los cátanos jorobados, mirando como zombies jurásicos al móvil, sin parar bolas a lo que se está hablando; lo peor es que se emputan si se les pide atención.
Debo hoy hablar de lo maravillosa que es la tecnología móvil, después de una reunión de compañeros coetáneos.
Estuve en un ágape donde zumbó la tecnología. Un contertulio llegó tarde, aduciendo la única disculpa creíble a esta edad: «Estaba donde el médico» (ya lo del trancón y una llantitis no la cree nadie). Trajo consigo un aparato para medir la tensión arterial y cada hora procedió a chequearla; para comprobar que, estaba bien calibrado, nos medía la presión a todos, incluyendo la mesera y el vigilante.
En medio de este surrealista espectáculo de unos viejos jugando a ser enfermeros, dos de los presentes sacaron sus celulares y se los pusieron en sus brazos donde tenían unos parches y nos informaron cuánto tenían de glicemia antes y después de almorzar y de cada ron consumido; como si no fuera bastante, otro salió pitado a caminar para medir en su celular los 10.000 pasos que debe caminar al día. Cuando creí haber visto todo, otro adulto mayor, mostró y nos tomó a todos la saturación de oxígeno y las palpitaciones del corazón, por medio de su celular.
Luego de esta experiencia, he decidido no hablar mal de los adultos mayores moviladictos e irme a vivir a la selva, donde al día siguiente de una fiesta, con dolorcito de cabeza, se pregunte por cuántas botellas de vino, guaro y ron nos tomamos, en lugar de averiguar cuántas veces nos tomamos los signos vitales.
!Que viva beber y gozar, como lo hacían los antiguos!