Este susurro es para los hinchas de algún equipo de fútbol; no será entendido por quienes no lo son.

El frenesí que sentimos los hinchas, es una sensación especial de amor, tristeza, risas, desengaños y lealtad mística que, explota cuando nuestro equipo mete un gol o gana un campeonato.

Se puede cambiar de todo, menos de madre y de equipo de fútbol. Se hace y se muere con la divisa amada; ni Roy es capaz de voltearse de equipo. Esa es una connotación muy especial de los que somos fanáticos del fútbol.

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El equipo amado, incluso en las peores circunstancias, se puede odiar temporalmente, pero, nunca cambiar; de ese odio al amor no hay más que ganar un partido.

La cofradía de los hinchas de nuestro equipo no tiene discriminación alguna; basta con ser seguidor de nuestro equipo, para ser amigos.

A los hinchas de otros equipos se les mamá gallo, se les enrostran sus pérdidas y se goza cuando los golean; también se tiene que soportar lo mismo, cuando pierde el nuestro.

Confieso que, una de las incomparables emociones que, sentimos los fanáticos del fútbol, es la de gritar un gol en el estadio y abrazar a todos los vecinos; es un estallido del alma. Ir a la cancha y gritar un gol es una terapia física y mental; mentarle la madre al árbitro y los jugadores del otro equipo, cuando hacen faltas contra los nuestros, es el otro complemento fundamental de esa terapia colectiva.

El espectáculo del fútbol en los estadios, entonando las canciones de nuestro equipo, para animar a los jugadores y compartiendo el mecato con los vecinos, establece una camaradería única.

Lástima que este sentimiento del alma se esté convirtiendo en razón de actos de violencia, cuando debería ser de gran convivencia.

Les dije alguna vez, a unos muchachos de las llamadas barras bravas, que, si no hubiera hinchas de otros equipos, ellos no tendrían ninguna importancia, no tendrían con quién emular. La supervivencia de las barras depende de que haya otras barras.

Desafortunadamente ser barrista se volvió un modo de vida, en donde se combina el ser seguidor de un equipo, con drogas y todo tipo de ilicitudes. A estos malandrines no deberían dejarlos entrar a los estadios.

El fútbol enseña a ganar y a perder; jamás a herir o matar a un hincha adversario.

Tengo la fortuna de ir al estadio con frecuencia y me fascina ver los padres y las madres llevando a sus hijos, para acompañar al equipo de nuestras entrañas. Esos niños gozan y sufren, aprenden a que, la vida es eso y que no hay gozo permanente, ni sufrimiento perpetuo; además que, la alegría de ganar hace olvidar la tristeza de perder.

El fútbol es un lenguaje universal; en algunos lugares, cuando uno dice de dónde es, inmediatamente le expresan: Falcao o James. Esto me ha pasado en lugares como Uzbekistán y Tanzania.; es el inicio de una conversación.

Me encanta el fútbol, lo disfruto, lo converso, lo gozo y lo padezco intensamente. Pude transmitir a mis hijos esa pasión y la comparto con gran felicidad con ellos. Muchos de mis buenos amigos son hinchas de otros equipos (no hay amigos perfectos), eso me sirve para molestarlos cuando pierden y les da licencia para joderme cuando pierde el mejor que, sin duda es el mío.

Salvemos el fútbol de los delincuentes disfrazados de barras bravas y volvamos al estadio en familia.

Ñapa: Sobra decir que, ser hincha del América es un don que Dios nos dio a unos privilegiados.

¡Más vos, envidioso!