Resulta ahora que Ingrid, la famosa bruja de Harlem, llegó esta vez de Francia, con su varita mágica a borrar su horrendo pasado de traidora profesional y chantajista de vocación.
Se le olvidó su época parlamentaria cuando, teniendo intereses económicos en una empresa vendedora de armas, le hizo un debate al gobierno de Gaviria por no haberle comprado armas a su grupo.
Se le olvidó que fue el gobierno de Uribe quien la liberó de su cautiverio y le juró públicamente amor eterno y, ahora, lo considera leproso político.
Se le olvidó cómo hacía cola, en compañía de varios parlamentarios, para recibir dineros de la mafia y después decía que la habían llevado engañada.
Se le olvida que peleó con Samper porque no pudo subirle la jubilación a su padre, hecho imposible para cualquier presidente.
Se le olvida su comportamiento, a todas luces impúdico y amoral, denunciado por sus compañeros de cautiverio durante su criminal secuestro. ¿Creerá que olvidamos las frases de su amiga Clara Rojas, cuando fue liberada?
Pensará que, diciendo que es la adalid contra la corrupción, olvidaremos la demanda multimillonaria que puso contra la nación por su secuestro, producto de su imprudencia al desatender las indicaciones del ejército, de no continuar por la zona donde terminó siendo secuestrada.
Se le olvida que ha vivido fuera del país los últimos años y ahora vuelve a ver cuánto dinero recibe por los avales que da su partido de bolsillo.
Nos creerá pendejos a los colombianos, de no ver la trampa que les hizo a sus aliados al darle el aval, al nuevamente tonto útil, de Humberto De La Calle, para garantizar que los votos que saque le serán pagados por el gobierno a su partido Oxígeno.
Corrupción es, sin duda, engañar a sus aliados, al tenderles premeditadamente la celada de ponerlos a votar por De La Calle y decir que esos votos son del partido personal de Ingrid y, renunciar ahora a esa coalición para irse cómo independiente a primera vuelta. Recibirá dinero por esas dos elecciones y, lo que es peor, el zoquete de Humberto tendrá que apoyarla para no caer en doble militancia.
Después de elecciones o antes si ve que le va a ir mal, seguro se va a auto amenazar, para irse del País a disfrutar de los réditos de su nueva picardía política, como candidata presidencial, perseguida por el régimen.
Ingrid Betancourt siempre ha sido igual, antes y después de su repudiable buscado secuestro: Una anarquista, calculadora, vividora de su habilidad de poner carita de virgen de iglesia de pueblo, para traicionar a quien la ayuda, una ambiciosa desmesurada de conseguir dinero por cualquier medio; colombiana solo para ganar dinero aquí y francesa para vivir y gastarlo en su patria Francia; un ser despreciable por sus procederes públicos y privados; una auténtica inescrupulosa arpía trepadora.
La crisis moral de este país se demuestra cuando la bandera de la limpieza política la enarbola una apátrida como Ingrid Betancourt.
Ñapa: Da grima pensar que, en primera vuelta presidencial, la mujer colombiana esté representada por la antítesis de lo que son las mujeres de este País; una demostración más de nuestro descuadernamiento general