No he llevado a cabo una investigación que afirme que el 100% de los seres humanos que habitamos el planeta tierrano haya sentido miedo, indecisión o vergüenza, pero estoy 100% seguro que, sin excepción, todos y todas hemos vividoalguna vez estos terribles sentimientos. Considero que el miedo puede ser producto de una experiencia devastadora, que la indecisión nos muestra nuestros límites no superados y que la vergüenza nos lleva a suponernos ridículos. En la mayoría de los casos el caos está acompañado de cualquierade los anteriores y la desdicha que vemos en otros se ubica en nuestro pensamiento, en nuestra conducta y emoción; ¡JA! Que “psicologista” sonó eso.
La gran oleada de Coaches, inspiradores, motivadores y “especialistas” en la influencia de la emoción, me ha generado disgustos y al mismo tiempo sorpresa al ver que hay tanta ignorancia y cosas salidas de lo común que me he preguntado: ¿Por qué no se me ocurrió a mí? La respuesta a esto es simple y sale de lo siguiente: porque simplemente no soy tan irresponsable como para hablar de motivación sin haber experimentado el éxito sostenido por mucho tiempo; y tampoco soy tan sínico como para influenciar a las personasa que piensen en algo que probablemente no he vivido. Lo anterior marca con dura franqueza que mi mayor miedo radica en no ser tan bueno como otros, tan indeciso como la mayoría y sin vergüenza como pocos.
La indecisión siempre llega a nosotros y luego se marcha de nuestro lado dejando una marcada falta que busca hacer un convenio entre lo que deseamos y lo que otros desean,haciéndonos ignorar nuestra propia posibilidad de elección, es allí cuando buscamos otras voces que nos guíen hacia lo que deberíamos hacer o lo que esas voces consideran que debería ser. La indecisión camina libremente por nuestros sentimientos escoltada fuertemente por la duda, generando la combinación perfecta para “cagarla”.
Por otra parte, la vergüenza oprime todo poder de aprecio a nuestro criterio, haciéndonos quedar en ridículo y potencialmente fuera de lugar. Como si fuera poco, aparece una sensación de malestar tan ambigua que sólo podemos llamarla “poca tolerancia a la frustración”, desconociendo que esto es tan sólo un disfraz que va muy bien en un día que no es el de las brujitas y que nos obliga a reconocer de dientes para dentro que no somos tan geniales como creíamos. En momentos creo que estos sentimientos, emociones o sensaciones, son tan confusas que ni siquiera un psicólogo como yo, puede generar el control de ellas y debe ser porque soy tan apasionado ayudando a la gente, que mejor me ocupo de la paja en el ojo del otro que de la propia.
Considerando lo anterior, es mejor cerrar diciendo que nuestra condición humana se reduce a estas emociones y que ocupándonos del malestar de otros más que del propio, nos estamos ocupando en realidad de un modo útil de no entorpecer el camino a la felicidad, entendiendo por felicidad todo aquello que nos permite avanzar sin miedo, indecisión o vergüenza.