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Y hubo un obispo

 La misión de la Iglesia es el anuncio del Reino de Dios y esto implica leer los signos de los tiempos, consecuente con esto la praxis evangélica en América Latina pasa por asumir un compromiso profético de anunciar la esperanza en Cristo Señor de la vida y denunciar la injustica que impide vivir a las comunidades en la dignidad como hijos e hijas de Dios. Por lo tanto, vivir en coherencia con el evangelio requiere un compromiso ético-político que transforme la realidad social de injusticia, violencia y muerte que ha padecido el pueblo latinoamericano. Así ha sido comprendido por algunos obispos en América Latina desde los años sesenta y plasmado en los documentos de las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla al invitar hacer una opción preferencial por los pobres.

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Esta apuesta evangélica Latinoamérica comprometida con la realidad social y su liberación, ligeramente encontró resistencia en la ortodoxia de la Iglesia romana y en los Estados que, amparados en una visión capitalista, asumían dócilmente las políticas determinadas por el Consenso de Washington. Empezó, entonces, una persecución, censura e imposición de silencios a obispos, sacerdotes, religiosas y laicos, que asumieron esta propuesta de vida desde el evangelio a ejemplo de Jesús, quien propuso anunciar la Buena Nueva a los pobres, la libertad a los oprimidos y la vista a los ciegos (Lc 4,18). Lógicamente esta construcción del Reino confronta la injusticia causada por un sistema económico y político necrófilo que condena a millones de seres humanos a la miseria y a la explotación. Es así como en una política de desprestigio, a quienes asumían esta práctica teológica pastoral se les llamó en forma peyorativa comunistas, marxistas, guerrilleros; se les llamó rojos.

Y hubo un obispo rojo en Brasil, Don Hérder Cámara, quien lanzó una fuerte crítica a las dictaduras militares,  y anunció “la iglesia de los pobres”. Su praxis pastoral fue una defensa de la justicia social, que incomodaba a los dueños del capital, a los explotadores y dominadores. Este obispo rojo fue quien dijo “Cuando le doy pan a un pobre, me llaman santo. Cuando pregunto por qué un pobre no tiene pan, me llaman comunista” es decir, que el sistema hegemónico, conservador y ortodoxo quiere reducir la práctica evangélica a un acto altruista o asistencialista, pero que no transforme la realidad. Un ejercicio donde se consuele el dolor, como placebo espiritual, pero que no genere transformación y liberación. Para la propuesta evangélica que emerge desde los pobres y excluidos de América Latina, no se puede asumir la causa del Reino propuesto por Jesús y quedarse tranquilo viendo el hambre y la injusticia de los más necesitados.

El rojo, signo de martirio para la liturgia de la iglesia, pero también de la fuerza del Espíritu Santo, contagió de pasión evangélica a otros obispos en América Latina que tiñeron su episcopado con la pasión popular del rojo que sangra en la vida de las comunidades. Así lo ha vivido Don Pedro Casaldáliga, quien a pesar de la dura crítica de la curia romana y del poder político hegemónico, nos sigue alimentando con su palabra poética llena de la espiritualidad del Reino de Dios y quien nos dice “nadie puede salir defraudado en el encuentro con un cristiano”.

Y hubo un obispo en el pacífico colombiano, que se hizo rojo en medio de los ríos y de las comunidades, es así como Monseñor Gerardo Valencia Cano asumió un arduo trabajo por la dignidad de las comunidades más abandonadas, y alzó su voz profética en la II conferencia del Episcopado  en Medellín al decir: «se impone un cambio de estructuras, pero no se debe acudir a la violencia armada y sangrienta que multiplica los problemas humanos, ni a la violencia pasiva inherente a las estructuras actuales que deben ser modificadas«. Este hombre, el obispo de los pobres, tan rojo para su época y contexto, muere en un misterioso accidente aéreo en las montañas de Antioquia.

 En Centroamérica hubo un obispo que se tiñó de rojo al ver la sangre de su amigo Rutilio que fue asesinado por el Estado al defender al campesino, al obrero. La praxis episcopal de Monseñor Oscar Arnulfo Romero siguió siendo tan roja como la sangre de su pueblo. Su ministerio se iba haciendo roja al ver cómo eran asesinados los sacerdotes y laicos por las fuerzas estatales. Su mitra se tiñó de rojo al ver a su pueblo masacrado, por eso gritó con fuerza «En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión…!» pero su corazón se tiño de rojo y se partió en dos cuando en los pasillos de la curia romana no fue recibido; cuando no se escuchó el clamor de un pueblo sufriente. Luego su vida se hizo roja al ser asesinado, porque cuando Roma prefiere la política al evangelio da el nacimiento de nuevos mártires.

En Cali, ciudad que nació de una sonrisa de Dios, hubo un obispo que también se tiñó de rojo; habló fuerte, denunció cómo el narcotráfico financió la política en el Valle del Cauca y en un marzo su mitra y su pueblo se tiñeron del rojo sangre. Monseñor Isaías Duarte Cancino se convirtió en el apóstol de la paz, un Mártir que trabajó incansablemente por la justicia. Y pareciera que lo afirmado por Tertuliano “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos” se ha hecho realidad; porque nuevamente en Cali, ha aparecido un obispo rojo que trabaja por la paz, aquí la sangre de un obispo rojo asesinado tiñe el corazón de otro obispo que ha denunciado el desinterés del un gobierno a la paz. Y este obispo rojo en la Cali del 2020 está pagando el precio de su voz profética. Desde hace unos años la conservadora sociedad caleña dueñas de los medios de comunicación y del poder se ha sentido incomoda con la palabra profética del obispo Monsalve. Le han pedido que se quite la sotana y se ponga el fusil. Incluso a la casa de Santa Marta en Roma llegó una carta escrita por cristianos católicos, todo ellos y ellas muy buenas personas que se sentían incomodados con la postura del obispo a favor del proceso de paz.

La gente decente de Cali que defiende la propiedad, la familia y la tradición; y aquellos que aman la obra de Dios, no sé cómo se dirá en latín, no comparte que un obispo se comprometa con la causa de Reino y trabaje por la paz. Algunas voces dicen: “la Iglesia no debe meterse en política”, pienso lo mismo y la razón es sencilla: porque nunca ha estado afuera, su quehacer es ético y político por esencia. Incluso el mismo evangelio predicado por Jesús fue una apuesta política antiimperialista contra la opresión romana.  No se puede pensar un cristianismo lejos de la realidad social y política que vive el pueblo.

Mi mayor preocupación es que Monseñor Monsalve sean el precio político que se pague para permitir la apertura de los templos durante la pandemia. El obispo Monsalve no puede ser el chivo expiatorio ante la ineptitud del gobierno con el proceso de paz y la muerte de líderes sociales. La nunciatura al expresar su rechazo a la posición del arzobispo Cali ha demostrado que, es más un cuerpo político que pastoral, que existe para defender no la iglesia pueblo de Dios, como lo dice le Concilio Vaticano II, sino para defender el statu quo de una institución que se ve confrontada por la vivencia evangélica de manera coherente. La Iglesia debe estar abierta al dialogo con el poder estatal, pero no amañarse en su comodidad, ni ser complaciente con su práctica injusta, porque cuando esto sucede nacen nuevos mártires que mezclan su sangre con la del pueblo sufriente y herido de muerte a causas de la corrupción y la guerra que enriquece a los dueños  del poder y la economía.

 Estoy convencido que esta posición de la nunciatura no corresponde a la de Francisco, quien ha sido critico con los sistemas injustos y quien durante su magisterio ha invitado a los pastores a oler a oveja, trazar puentes, hacer lio y callejear la fe. Aquí cabe preguntarse “que dirá el santo padre que está en Roma que están degollando a sus palomas” Ahora bien, la causa del Evangelio es una apuesta profética, y así como en los primeros años del cristianismo el anuncio del Reino de Dios ha sido causa de persecución, hoy sigue generando resistencia e incomodidad cuando se denuncia el pecado social. Hoy, ser consecuente con el evangelio implica la denuncia de la injusticia. Es decir, la predicación del evangelio no es para complacer la hegemonía de un poder opresor e injusto, sino para buscar el Reino de Dios y su justicia,  esto genera incomodidad en aquellos que se benefician de la pobreza y la guerra.

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