POR: WILLIAN FREDY PALTA

Asistimos al momento más activo de las campañas electorales para el Congreso de la República y para las consultas de las coaliciones para elegir las fórmulas presidenciales. Hay una gran cantidad de candidatos y candidatas, desde quienes llevan muchos años en esta tarea, hasta quienes por vez primera participan en este proceso.

Se escuchan las mismas propuestas de los partidos tradicionales con toda su maquinaria, hasta quienes ingenuamente presentan su nombre con nobles propuestas, pero sin el brazo económico y sin una estrategia electoral clara.

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Lo cierto es que esta variedad de candidatos y propuestas es lo que hace válida la democracia. Sin embargo, en medio de esta maraña de información, de pasacalles y pancartas políticas se esconden estrategias no tan nobles para conquistar cada voto.

Como ocurre cada vez que hay campañas electorales montan un teatro populista, aquí los excluidos, los olvidados y los pobres son protagonistas. Los Políticos se acuerdan de que hay regiones que existen, se toman fotos cargando niños, abrazando vendedores ambulantes, desayunan en las galerías, y las cámaras siempre encendidas para captar y registrar esa imagen que pueda dar la sensación de que ese es el candidato del pueblo. Hay campañas publicitarias que dan risa y tristeza.

Ahora bien, no se puede negar que la variedad de candidatos permite que las personas puedan escoger entre diferentes posturas e identificarse con las que se acerquen a sus ideales.

El problema es que muy pocas personas hacen un ejercicio cuidadoso de estudiar y analizar las propuestas y candidatos para hacer una elección a consciencia. La desinformación y las noticias falsas son el pan nuestro de cada día.

En otros sectores aparece el idealismo, la utopía y el apasionamiento mezclado con cierto fanatismo (casi tan dogmático que parece más a una religión) que convierte al líder político en un mesías, un iluminado, un salvador.

Una situación que es recurrente y es un secreto a voces es la acelerada carrera de las personas que tienen puestos oficiales bajo la figura de un padrinazgo político, que deben conseguir un sinnúmero de votos, para mantener su puesto.

Todos tenemos ese amigo o familiar que nos invita a eventos políticos o nos pide votar por X o Y candidato para garantizar su contrato. La única forma de mantenerse en su puesto es consiguiendo votos, incluso hacen campañas a candidatos con quien no comparten ideales e intereses políticos, sino la necesidad de trabajar.

Los políticos juegan con la necesidad de muchas personas y por eso se recurre al miedo, a la amenaza, a las noticias falsas con tal de conseguir los votos que le garanticen un lugar en estas corporaciones.

Situación que impide el debate, porque anula el juicio moral, la sensatez y lo peor es que amenaza el disenso. Ante este panorama que se repite en cada periodo electoral cabe preguntarse: ¿Cuál es el país que queremos construir? ¿Cuál es el tipo de sociedad que consideramos necesaria para que podamos vivir con dignidad? Me inquieta que ya se activaron nuevamente palabras como castrochavismo, seguridad, expropiación, entre otras, que sirven de caballito de batalla, para legitimar discursos que generan temor y desconfianza, pero que no encierran propuestas serias para construir un país anhelado. Se amenaza con parecernos a Venezuela, pero acaso nos hemos preguntado: ¿Cómo hacemos para parecernos a esa Colombia que amamos? Nuestro pueblo es diverso, multicultural, pluriétnico que contiene en los genes la sonrisa de su gente que expresa la riqueza invaluable presente en cada región de nuestro país. La gente es buena, trabajadora, creativa, fiestera, alegre, inteligente, tenemos todo para salir de la crisis social y política en la que nos encontramos, tenemos todo para ser un país donde se minimice la pobreza y la exclusión.

Nos falta voluntad política y la entereza para que podamos elegir de manera consciente.  Y así, se castigue en las urnas al corrupto, a los que llevan años viviendo del Estado, pero que no han generado propuestas de transformación social.

Es hora de cambiar a aquellos que se benefician de la corrupción, la miseria, la guerra y que sus discursos y propuestas circulan en torno a una política contraria a la paz, que recoge el ideal de país que albergamos en nuestros corazones.

Es hora de dejar de votar por miedo o amiguismo, y elijamos personas: hombres y mujeres de todos los sectores sociales, personas que lejos de idealizarlos como dioses o superhéroes, puedan ser personas con propuestas claras que empiecen a gestar la política como noble ejercicio de bienestar y cuidado por la vida de todos los hijos e hijas de este país.  Y es el momento de que esto suceda.

La movilización del 21 de noviembre del 2019 y El estallido social del 2021 es el resultado de la inconformidad y de la situación de injusticia que padece nuestro pueblo, y por esto el ejercicio democrático no solo implica ir a votar, sino informarse para votar a consciencia.

Es peligroso votar, sino se tiene claro cuál es ese país que soñamos. Si hacemos una reflexión lejos del miedo, el apasionamiento y de las noticias falsas, de pronto no sabremos aún por quién votar, pero si tendríamos claro por quién no votar, y esto ya es una ganancia.

Valoro que las Universidades están haciendo ejercicios de pedagogía, donde invitan a candidatos a presentar sus propuestas, esto permite que los jóvenes se formen a conciencia y puedan elegir con responsabilidad. Sin embargo, las universidades deben procurar por la responsabilidad política, donde los debates sean académicos incluyentes, participativos, y no solo invitar a aquellos que tienen nombre para ganar prestigio.

La tarea de la universidad es ser la voz crítica y no aprovechar esta coyuntura para sacar provecho publicitario, por eso es necesario que inviten a la mayoría de los candidatos.

En la medida de las posibilidades, que asistan a las universidades desde los nombres más rimbombantes, hasta los candidatos con menos nombre y recorrido. Que puedan ser escuchados en estas aulas todas las tendencias políticas, para formar criterio y poder elegir a consciencia.

Estamos ante la urgencia de una pedagogía política que nos permita conocer candidatos y candidatas que tengan propuestas que se acerquen al ideal de país que queremos construir.

Colombia es un país maravilloso, pero que ha estado en malas manos. Es hora de un cambio. Colombia es un país donde vale la pena vivir, pero ha estado atrapado por las mezquindades de las familias que se han heredado el poder por décadas; que no gobiernan para el bienestar común, sino para sus intereses familiares y personales.

Es hora de cambiar la historia. Y a un mes de las elecciones, se hace necesario que asumamos un compromiso de informarnos y formarnos, porque es la hora de que votemos con responsabilidad para convertirnos en Colombia, esa Colombia soñada y amada por todos y todas