La comunidad cristiana inicia la celebración de la semana mayor, tiempo dedicado para conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Los cristianos reconocen en estos sucesos los fundamentos de la fe, indudablemente para un país de tradición católica esta semana constituye una especial oportunidad para renovar su praxis cristiana.
El mensaje de Jesús presentado por los evangelios me ha llamado significativamente la atención y ha inspirado desde mi juventud una reflexión ética y política de manera profunda, incluso más que eclesial. La propuesta del Reino de Dios que más que un tema escatológico es un llamado a la justicia, a la paz y a la solidaridad compromete la espiritualidad y la responsabilidad social de quienes se identifiquen con la propuesta de Jesús.
Esta semana en la que la comunidad cristiana medita en los misterios centrales de la fe, no puede quedarse solamente en la asistencia a una serie de prácticas ritualistas o ejercicios de piedad que en algunos casos se llega hasta la mortificación corporal, sino que debe ser la oportunidad para renovar el compromiso por la transformación de las prácticas de injusticia.
Conmemorar la pasión y muerte de Jesús es poder reconocer hoy que las causas por las que fue asesinado en la cruz aún persisten. Incluso Pilatos sigue en el poder lavándose las manos condenando inocentes a la muerte, y el pueblo sigue eligiendo ladrones, mientras condena a inocentes a la indignación y la exclusión. Esta semana es una posibilidad de poder reconocer en el rostro de los pobres, excluidos y abandonados que claman justicia, el rostro del Cristo sufriente.
Aún en nuestras calles deambulan viudas que llevan a enterrar a sus hijos que han sido asesinados por la violencia fratricida y los falsos positivos. Todavía siguen las mujeres siendo condenadas como adúlteras y llevadas ante los tribunales del patriarcado para ser apedreadas. Y los niños siguen mendigando en las calles con hambre, frío y no tienen donde recostar su cabeza. Y ante esto Jesús nos llama a asumir una posición contundente y radical.
Hoy nuevamente nos pide lanzar a los mercaderes del templo, esos que juegan con la fe y hacen de la necesidad un negocio. Llama nuevamente sepulcros blanqueados a quienes usan el miedo y el terror como estrategia de manipulación, aquellos que ponen cargas severas de pobreza y marginación a los pobres y excluidos, porque ellos siguen “bendiciendo” el pan que han acaparado, dejando a pueblos con hambre y pobreza.
Hoy Jesús nos dice que no hay motivo para la exclusión, todo tipo de exclusión por género, ideología, etnia, clase social es anticristiana, por eso hace una apuesta ética de romper con los círculos de santidad de una religión ritualista y rígida que impide vivir con dignidad. Hoy Jesús sigue prefiriendo a las prostitutas, pecadoras, ladrones y los hace dignos de su perdón, de su misericordia.
La dignidad es inviolable, intransferible e inalienable, toda persona independiente de su situación o condición es una persona digna, por eso la apuesta cristiana del Reino de Dios es un llamado a transformar las prácticas sociales que impiden vivir con dignidad. Jesús al ver una muchedumbre hambrienta va a pedir a sus seguidores “denles ustedes de comer” (Lc 9,13), por eso el rostro hambriento del mendigo en la calle, del trabajador explotado y de toda persona a quien el sistema económico le arrebata el pan de cada día, es un llamado a comprometerse con la transformación de la realidad.
No es posible una práctica cristiana que se concentra en un ritualismo religioso, mientras deja abandonado al herido al borde del camino. Por tal razón, en un país que celebra la semana santa, los que pasan hambre nos hacen un llamado a la conciencia para asumir coherencia. No es posible una oración mirando al cielo y siendo indiferente al rostro sufriente de quien camina a nuestro lado.
Jesús lava los pies a los discípulos para decir que el poder es el servicio, que el amor al poder debe ser transformado por el poder del amor. Por eso a aquellos tiranos, dominadores y opresores, a esos Herodes y Pilatos de ayer y hoy que ven amenazado su poder por la inocencia de un niño y por el mensaje de justicia del profeta, Jesús les confronta con un mensaje en favor de la justicia, de la paz y de la solidaridad, y este mensaje de servicio y amor confronta el poder dominador a tal punto que el justo sigue siendo condenado como muchos líderes sociales al exilio, la crucifixión y la muerte incluso de manera ignominiosa.
En la cruz Jesús sigue clamando “Tengo Sed”, y este grito sigue retumbando en la conciencia de quienes asumen su fe desde la propuesta cristiana. Las víctimas de un sistema injusto siguen uniéndose al grito de Jesús, tienen sed porque les robaron el rio para saciar la sed de riqueza de las multinacionales, o porque la minería ilegal contaminó sus aguas para arrebatar con el oro la vida. Las víctimas siguen clamando la justicia de aquellos extraditados quienes se llevan el silencio que obstaculiza la verdad y la reparación. Hoy el justo sigue muriendo en los calvarios de la corrupción, de la miseria, de la pobreza y la marginación.
El pueblo colombiano sigue viviendo la pasión y agónicamente muere en la cruz de la miseria, el desempleo y la violencia. La pasión y muerte de Jesús sigue siendo una realidad que experimenta cada ciudadano en nuestro país. Solamente en la fracción del pan, en la proximidad y en la praxis de justicia está el camino a la transformación, a la resurrección, entonces, queda la pregunta: ¿Cuándo será que Colombia que vive la pasión y muerte podrá resucitar?