La decisión de la Corte Constitucional de despenalizar la práctica del aborto hasta la semana 24 abre el debate en el que se mezclan posturas jurídicas, éticas, morales, religiosas, con prejuicios y fanatismos sociales. Aparecen defensores y detractores de esta decisión y en las redes sociales no faltan quienes publican toda clase de posiciones como si fueran expertos en medicina, bioética y derecho, solamente para tratar de legitimar su visión de mundo. Los ataques entre las `partes no se han hecho esperar. Son demasiados los insultos y poco los argumentos. No han faltado tampoco los reduccionismos morales que sin el ánimo de comprender las dimensiones del fallo salen a condenar a quienes opinan diferente. Incluso bloqueamos de nuestras redes a personas que difieren de nuestra postura, o como le escuché a un defensor acérrimo de los movimientos provida: “me ha tocado hacer un aborto colectivo en mi Facebook”.

No me incomoda las diferentes posturas, al contrario, valoro el debate y las diferentes posiciones al respecto, porque esto es lo que hace grande a las democracias. El disenso es un valor fundamental de la ciudadanía. Lo preocupante es que quienes reclaman el derecho a la diferencia, a la libre opinión son quienes más critican pidiendo medidas restrictivas de las libertades y anulación de derechos. Quieren imponer valores y principios morales como hegemónicos y universales a toda una Colombia pluriétnica, multicultural y diversa donde confluyen diferentes ideales de vida buena. Por eso, en medio de la diversidad es necesario buscar caminos de diálogo que nos permitan encontrar salidas a los conflictos sociales causados por tanta inequidad.
Es indudable que la realidad de injusticia y violencia ha causado fracturas profundas en nuestros vínculos y relaciones, llevando a muchas mujeres, niñas, adolescente y jóvenes a morir en centros clandestinos e insalubres.

La penalización del aborto no ha minimizado esta tragedia, al contrario, aumenta el sufrimiento y el estigma social. La práctica de una justicia punitiva no permite dimensionar la realidad de las problemáticas sociales de tipo estructural. Por lo que estamos ante la necesidad de una práctica de justicia que supere los reduccionismos morales y evite los universalismos éticos que impiden llegar a consensos. No por estar penalizado el aborto significa que no se realicen, tan solo se oculta esta práctica condenando a las mujeres al señalamiento no solo social, sino moral y jurídico.

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Comprender la despenalización como una decisión que busca proporcionar las garantías jurídicas y proteger los derechos de las personas, como es propio de un Estado Social de Derecho. Con esta medida no se valida el asesinato, ni mucho menos la degradación de la dignidad humana. Es claro que esta decisión de la Corte Constitucional no obliga a nadie y cada persona tiene la responsabilidad para actuar en coherencia con sus apuestas de vida buena. Hay eso sí, un desafío ético de formar el carácter para que las decisiones se puedan tomar con criterio.
Es menester indicar que no desearía que ninguna mujer se practicara un aborto. No induciría nadie a esta práctica. Mis convicciones éticas, religiosas y morales difieren de sus prácticas. Pero esto no me da la autoridad para descalificar otras posturas éticas y morales diferentes a las mías o señalar que mis razones son más válidas que las otras. Tampoco me inscribo en los movimientos provida (muy extremos para mí gusto). Tampoco soy un tibio, ni mucho menos me voy a ver ballenas mientras el mundo arde, Entonces ¿dónde me ubico? Tengo mis convicciones, pero siempre buscando consensos, desde el respeto a la diferencia y el cuidado de la vida en todas sus manifestaciones. Por eso creo en la proximidad y creo en el amor como opciones de vida. He procurado estar abierto al aprendizaje y a comprender los pensamientos y las actitudes de quienes no compartimos las mismas convicciones, esto me ha ayudado a ser más cuidadoso al expresar una posición frente a un comportamiento que difiere de los míos. Soy categórico y férreo, pero no inhumano. Soy exigente, pero no intransigente, por eso he podido comprender la posición, en ocasiones dolorosa y dramática de muchas mujeres que se enfrentan a este tipo de decisiones.

Me he dado cuenta de que las mujeres no se embarazan, ni mucho menos abortan por deporte, y que esto es una situación que nada tiene que ver con abrir o cerrar las piernas. La penalización nos lleva a desconocer el trasfondo de la realidad, porque se ha querido castigar las consecuencias y a las víctimas, pero dejando crecer las causas. Se han desconocido problemas sociales, queriendo darles un trato más de tipo moral o religioso, llevando esto a una clandestinidad que oculta los verdaderos problemas, por eso se hace necesario no reducir los problemas sociales a realidades sexuales, porque en el fondo de las decisiones hay profundas razones tan valederas como las de quienes no las comparten.

La violencia patriarcal y los imaginarios sociales acerca de la maternidad como una obligación de toda mujer, sumado a vacíos en los procesos de educación y el limitado acceso a los sistemas de salud son solo la punta de iceberg de los problemas que subyacen en la toma de una decisión como la despenalización. Aquí trasciende la discusión de lo bueno o malo, y se instala en la necesidad de justicia. Estoy convencido que tanto defensores y detractores de la decisión coinciden en los aspectos fundamentales y en los riesgos que presentan las personas, en especial las mujeres, por eso antes de descalificarse mutuamente, ¿por qué no entrar en diálogo para unir esfuerzos colectivos y atender una situación tan compleja como esta? Aquí quiero hacer un llamado muy especial a quienes han llenado las redes sociales con expresiones agresivas, condenando, señalando y estigmatizando a las mujeres. Además, usando frases tan comunes pero vacías de sentido, a tal punto que algunos han planteado como incoherencia “reconocer el fallo de la Corte y llorar por el asesinato de líderes sociales”. Dejándose llevar, en medio de esta discusión, por populismos jurídicos. Incluso rechazan la Corte Constitucional y su importancia para el país, todo por el desconocimiento de sus funciones o porque no se comprenden los alcances del fallo.

Recordemos que los discursos de odio no aportan al debate democrático y las Iglesias, en especial la católica, que ha asumido las banderas de quienes rechazan el fallo, tienen un compromiso profundo desde su perspectiva evangelizadora de ser mensajeros del amor y la esperanza. En esta coyuntura su apuesta es valiosa, no como imposición inquisidora, sino con actitud abierta, cercana y comprensiva. La fe no es una carga pesada, sino que esta debe significar una experiencia amorosa de Dios que es madre-padre hacia sus hijos e hijas. Por eso creo que las iglesias más que entrar una confrontación irracional con discursos inquisidores y castigadores, deben acompañar a las comunidades para que quienes lo requieran puedan encontrar en su predicación compañía, amor, comprensión y valor para afrontar desde distintas perspectivas esta realidad. No le pido silencio a las iglesias, y tienen derecho a expresar su pensamiento, pero deben reconocer que su posición es una alternativa moral, no una obligación jurídica. Su reflexión ayuda al debate, pero en actitud dialógica, no pretender imponer su doctrina como dogma que debe ser aplicada a una nación pluriétnica y multicultural. La formación de la conciencia, del carácter y los criterios no se forjan con imposiciones, sino con razones. Finalmente, independiente de nuestra posición recordemos que, ante la injusticia, la exclusión y el sufrimiento el camino siempre será el amor.