Escribo esta columna con el dolor, la indignación y la rabia que produce la injusticia. Pero también, con la alegría y la gratitud a las Madres de Soacha (MAFAPO), a la Comisión de la Verdad y a la JEP por devolver la esperanza a una nación ávida de paz y reconciliación. Son más de 6402 motivos para continuar en la lucha permanente por la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición. La memoria histórica debe grabar con tinta indeleble en la piel y en la conciencia colectiva, no solo del país, sino de la humanidad esta atrocidad, para que esta horrible noche cese y no vuelva a suceder.
Esta semana la JEP escuchó en audiencia a militares de diferentes rangos, desde generales hasta cabos, quienes narraron los detalles de cómo realizaron una serie de ejecuciones extrajudiciales de civiles: jóvenes y campesinos que su único delito fue ser pobres, excluidos o simplemente tener dolor de muela. Relatos que dejaron en evidencia la crisis de humanidad y la crueldad con la que actuó un gobierno que impuso una política de muerte, perdón, de resultados, bajo el slogan de “seguridad democrática”. La política debe ser una apuesta de posibilidad de vida, pero lo que se vivió fue una política de muerte. Se abandonó la biopolítica y se eligió la necropolítica.
Cuando muchos preguntábamos y denunciábamos estas acciones, nos llamaron mamertos, conspiradores e instrumentos de la guerrilla, que difamábamos al “mejor gobierno” y al “gran colombiano” que había dado seguridad al país, ahora comprendemos por qué se opusieron a votar el Sí en el plebiscito por la paz, por qué inundaron de mentiras y de miedo al país para votar en contra de la paz. Ahora, sabemos por qué querían hacer trizas el proceso, y por qué tanta resistencia y oposición a la JEP. Hoy, sabemos que lo querían era ocultar la responsabilidad en estos crímenes de lesa humanidad. Si nos quedaban algunas dudas sobre los responsables, con los relatos que hemos escuchado, estas han sido resueltas. Ha quedado en evidencia que ha habido un plan sistemático de muerte, solamente por mostrar resultados, sin importar las vidas, las personas y el sufrimiento de las familias.
Los “falsos Positivos” han sido una de las peores expresiones de la política colombiana. Convirtió, dicho por ellos mismos, a los militares en “máquinas de muerte”, en “asesinos” de personas inocentes. Y aquí una triste realidad, quienes gobernaban con el discurso de ser los defensores de los militares y policías, a quienes los llamaban héroes, y en público hacían toda clase de honores y se presentaban como los adalides de la moral militar, son los mismos quienes, en privado llevaban a cabo, con la bandera de seguridad, una degradación de la dignidad humana, a través de una deslegitimación y corrupción del honor y del valor militar al convertirlos en mercenarios y asesinos en favor de una clase política que solo quería la venganza.
Mancharon con sangre inocente el uniforme militar. Se renunció a la justicia, al diálogo, a la paz y a la reconciliación, es una política que nos sometió no solo a cien años de soledad, sino a siglos de violencia, odio y muerte. Así como engañaron a las víctimas de estas atrocidades y los hicieron pasar como guerrilleros, hay otros que confiaron en la política de seguridad, convencidos de la honorabilidad de sus propuestas, los hicieron marchar para defender y apoyar esta ideología, sin darse cuenta de que estaban legitimando la política de terror y muerte más ignominiosa de la historia del país. ¿Cuántos ciudadanos votaron por un proyecto de seguridad, sin darse cuenta de que estaban eligiendo un gobierno de terror, horror y muerte de inocentes?
Es claro que la JEP no está atacando a las fuerzas militares, de hecho, esta no es su misión. Lo que está haciendo es procurar justicia a las víctimas. La JEP no mancilla el nombre, ni el honor de los militares, sino que ofrece procesos de justicia para alcanzar la reivindicación al dolor de las víctimas. He aquí la importancia de la verdad para poder sanar las heridas y reconstruir el tejido social que nos permita reconciliarnos y alcanzar la paz. Los que mancillaron el nombre de los militares son quienes los instrumentalizaron con fines políticos, creando y desarrollando esta política de muerte.
Junto a la indignación que produce conocer estos relatos, también surge la esperanza de justicia. Muchas personas apostamos a un horizonte de verdad, justicia y reparación. Y con estas audiencias desarrolladas por la JEP nos permite saber que nuestro anhelo de paz va por buen camino. La JEP cada día gana aceptación y quienes dudaron de su ejercicio, hoy reconocen la legitimidad y la necesidad de sus actos. Sé que, a pesar de la crueldad de los relatos, muchas madres y familias han podido conocer la verdad, han podido recuperar los restos de sus hijos y hacer justicia.
La Justicia que se busca con la JEP no es la justicia del vencedor que actúa con severidad contra el vencido, sino que busca el ejercicio de una justicia que restaure las relaciones en situaciones donde se ha roto la armonía, la convivencia y donde el pacto social se ha resquebrajado.
La JEP busca la aplicación de una justicia para que acciones tan crueles como los “falsos positivos” no se repitan. Esta idea de Justicia Transicional trasciende el simple hecho de buscar culpables o inocentes, porque lo que ella busca es que los que comparecen ante los tribunales, puedan asumir la responsabilidad con las víctimas de decir la verdad, para garantizar la no repetición de hechos que puedan afectar a las personas o a las comunidades.
Es claro que la centralidad de la JEP está en las víctimas. Por eso, muchas familias víctimas de esta confrontación, y en este caso en especial, las víctimas de estas ejecuciones extrajudiciales, hoy pueden rescatar lo que queda de sus seres queridos: sus huesos, para darles una sepultura digna. Además, que han reivindicado su nombre, su dignidad y han develado todo el aparato criminal que ha gobernado a Colombia.
Admiro la valentía de las Madres de Soacha que contra viento y marea han ido logrando esclarecer la verdad. Tenemos mucho que aprender de ellas, su entereza, su carácter y su insistencia permanente para no cansarse y seguir luchando hasta alcanzar justicia. Pero ante todo debemos aprender de ellas la fe y la esperanza que les ha permitido conseguir lo que tanto anhelaban. Estas madres amando a sus hijos, les han devuelto su dignidad después de sus muertes, por eso sus vidas resucitarán en la lucha de quienes cada día busquen caminos de justicia y reconciliación. Y a la JEP gracias por buscar estrategias y caminos para hacer justicia a las víctimas.
Nos quedan muchos desafíos, transformar los imaginarios de odio para buscar caminos de reconciliación y paz. Por eso esta indignación y rabia se convierten en el motor para seguir transformando esta historia de violencia y terror.
Más allá de las ideologías políticas, religiosas, filosóficas tenemos todos el anhelo de vivir con dignidad y en medio de esta dura realidad, las voces de reconciliación de las víctimas me animan a seguir trabajando por un nuevo amanecer.