Cada día nos acercamos más a las elecciones del Congreso de la República, donde por vez primera se elegirán las curules de paz. Estas curules solo se elegirán en los territorios donde se ha vivido con mayor severidad las consecuencias de una violencia fratricida y están pensadas en la superación y reivindicación de las negatividades que han condenado a comunidades y pueblos a la pobreza, exclusión y violencia. Igualmente, en cada región y ciudad se abrirán las urnas para poder escoger a quienes harán parte del nuevo congreso, así como la posibilidad de escoger la opción presidencial en una de las tres consultas interpartidistas.

Asistimos, entonces, a un momento histórico, a la posibilidad que el pueblo pueda ser escuchado en ese deseo permanente de vivir en una sociedad en paz, donde se puedan desarrollar las capacidades y sus derechos sean defendidos, garantizados y de que el pueblo sea reconocido y tenido en cuenta. Es la posibilidad que dejemos de ser esos seres anónimos que existimos para la clase dirigente cada cuatro años, cuando necesitan nuestros votos y seamos ciudadanos comprometidos y protagonistas de la democracia colombiana.

Hay una innumerable cantidad de opciones, de todos los colores y sabores. Esto es un privilegio de las democracias, pero debemos hacer valer este derecho, debemos hacer sentir que el `país es una realidad pluriétnica y multicultural. Es la posibilidad de superar las visiones hegemónicas que se han apoderado, no solo del poder, sino de las condiciones, privilegios y hasta de la justicia. Podemos quitarle el poder de gobernar a quienes se han enriquecido y beneficiado de la violencia y de la corrupción, sometiendo a millones de colombianos a la pobreza y miseria. Es la hora de poder quitarle a esa pequeña minoría que nos ha envenenado con discursos de miedo y las falacias de seguridad para mantenerse en el poder. Es la hora de decirles que no creemos en sus fantasmas, en sus inventos teóricos y que ya no somos esos ingenuos, que jugaban con nuestros sueños. Hemos despertado y vamos a decir: ¡basta¡, porque es la hora de los pueblos: de las mujeres, niños, niñas, jóvenes, comunidades ancestrales, es la hora de los territorios, es la hora de las negritudes, de las comunidades LGTBI y de aquellos y aquellas a quienes un sistema hegemónico y excluyente les ha negado la posibilidad de una vida digna.

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Esta posibilidad de los pueblos es un grito incesante por la paz. Es un grito histórico y poderoso por la justicia. Estamos cansados de padecer las consecuencias de los que se creen dueños del poder, desconociendo que el soberano supremo es el pueblo. Por eso este 13 de marzo es la posibilidad de expresar nuestra inconformidad en las urnas, eligiendo un congreso renovado, que busque el bien común y que reconozca a la comunidad como el supremo comandante de esta nueva revolución social, política, cultural y educativa. Y el pueblo cansado de la injusticia cuidará cada voto, cada urna para que no vuelvan a jugar con nuestra democracia con sus estrategias fraudulentas con los que durante décadas han anulado y desconocido la voluntad popular y los sueños de una nación justa y pacífica.

Necesitamos con urgencia recuperar la política como construcción comunitaria, como ese tejido de voces y consensos que se hace desde los pueblos y no desde las capitales como centros hegemónicos del poder dominador. Existen también opciones que aun defienden visiones coloniales, dominadoras, y violentas que rompen y desconocen la rica diversidad de nuestras realidades pluriétnicas y pluriculturales, se olvidan de que la política en su esencia originaria es posibilidad de condiciones de vida digna para todos y todas, que debe minimizar todo intento de poder que atente contra la dignidad de los pueblos en especial de los más pobres y excluidos. Es hora de superar toda esa historia de ideología política partidista que se resiste a renunciar a ese poder fetichizado que amenaza la vida y la dignidad.

Este cambio solo es posible desde la unidad comunitaria de un país que quiere vivir en paz, que quiere dejar atrás la guerra y la desigualdad. Toda persona que desee construir una Colombia nueva, más sensible, humana y próxima tiene un compromiso de no quedarse en casa, sino de salir a elegir de manera consciente un proyecto político que gobierne desde y para el pueblo. Un proyecto político que no haga trizas los anhelos de paz de toda una nación, un proyecto político que busque condiciones de salud, trabajo y educación que llegue a cada colombiano en todos y cada uno de los territorios. Un proyecto que les quite a los que siempre han gobernado las posibilidades de seguir con la corrupción que pone en riesgo de muerte a millones de personas.

Es hora de elegir un proyecto político que lo único que nos va a expropiar es el miedo, porque nos ha devuelto la dignidad ciudadana de resistir ante la injusticia reclamando escenarios de diálogo y paz. Así las cosas, tenemos una variedad de posibilidades para elegir, sin embargo, independiente de la tendencia por quien se quiera elegir, unámonos eso si en un propósito común, que independiente de nuestras opciones elijamos ante todo la posibilidad de un país en paz, donde los niños, niñas, adolescentes y jóvenes puedan encontrar posibilidades donde sus sueños se hagan realidad, donde los adultos, abuelos y abuelas encuentren condiciones para que su vida sea valorada. Por eso si compartimos este mismo ideal, entonces, en las urnas hagamos realidad ese pacto por la paz, ese pacto que es con vos, conmigo, que es con todos y todas.