Por: GUSTAVO ALVAREZ GARDEAZABAL
El cronista envigadeño John Saldarriaga, que escribe además una columna de crítica semanal en el diario ADN, ha reaparecido con su personaje el Fiscal Rosado y engrosado la ya larga serie de novelas menudas policiacas que ha venido publicando con éxito relativo. Saldarriaga, con el médico Emilio Restrepo y con el periodista Memo Ángel, han tratado de instaurar desde Medellín, y con el patrocinio editorial de Universidad Pontificia Bolivariana, el género de novela negra o, mejor, de novela policiaca.
Exótico para Colombia, donde las novelas por entregas y con personajes que evolucionan no han sido ni costumbre ni de especial atención por los lectores. Pero ahí están y como todos tres escriben bien, se dejan leer. Saldarriaga con Rosado les lleva un poquitín de ventaja.
Sus temas tratan de abrir el paréntesis inmediato del episodio,como si fuera no de un caso inventado a lo Agatha o a lo Holmes, sino tomado de la realidad nacional de estos días.
Los temas entonces abundan en un país donde tenemos tantas formas de matar y casi todos quedan impunes o en el misterio.
En esta oportunidad el Fiscal Rosado, que siempre masca gomitas dulces ,que es un solterón irredento, se toma unas vacaciones en Urabá y se alojan con un par de amigos en una casa de alquiler de las orillas del Golfo de Urabá, donde en la habitación que los alberga guardan una herrumbrosa caja fuerte. La curiosidad del Fiscal por abrirla.
De averiguar de quién es la caja y la casa que alquilan y sobre todo de verificar que hay dentro, los lleva a la sorpresa que se convierte en el tema central del libro. Allí en esa caja fuerte están depositadas las falanges de los dedos de muchas de las víctimas de algún período de violencia de guerrillas o paracos en esa zona.
Averiguar entonces desde allá, y todo por internet, intriga al lector pero va forzando la verosimilitud del texto, que la requiere a gritos para poder empantanarse en la investigación y prolongar la novela pero, a su vez, para poder proyectarla a la vida real de manera inmediata y con la increíble velocidad averiguatoria que los fiscales ni los investigadores tienen en Colombia frente a los crímenes, lo que la hacer perder la veracidad que requiere un texto de estos, pero se gana a un lector ávido que acude a pasar las páginas para encontrar al maniático cortador de dedos y después a reunir como sacando de un bombín de mago, a todos los personajes que la trama exige y ponerlos de frente en el juzgado de ese pueblo urabeño. Forzada a lo irreal, pero interesante y pegajosa